A finales de 1948, en Nepal, mientras el dominio británico conseguía imponerse a la dinastía de māharājās de Lambjang y Kaski, en un humilde ashram de Katmandú, una anciana guru mā se despedía así de sus tres discípulas yoguinīs:
—Queridas, hemos llegado al término de nuestro camino. Pero antes de iniciar vuestra marcha, decidme, de todos los āsanas, ¿cuál es el más difícil de llevar a cabo?
Tras un breve silencio, la alumna de más edad se arroja al suelo y dice: «Maestra, uno de los āsanas que más dificultad entraña es, sin duda, ↳ashtāvakrāsana, que requiere vigor y mucho esmero en el contrapeso», al mismo tiempo que apuntalaba el cuerpo sobre los brazos y ejecutaba a la perfección el āsana.
«En cambio a mí», repuso la segunda discípula, «me parece que ↳supta-kūrmāsana encierra una mayor contingencia, pues añade a la fuerza la necesidad de ser extremadamente flexible.» Y se postró y plegó por la mitad hasta componer con suma maestría el āsana.
La alumna veterana, temiendo verse desplazada, propuso un āsana más elevado en su grado de complejidad y refinamiento, lo cual hizo que su compañera replicase con otro inmediatamente, entrando ambas en una espiral de torsiones imposibles y equilibrios prodigiosos, que mostraban a la rishika con mucha entrega y devoción.
Así transcurrió la mañana, cuando, habiendo llegado el sol a su punto más alto, la maestra tuvo a bien interrumpirlas y solicitar el parecer de la discípula más joven, la cual no se había pronunciado todavía.
«Hay un āsana», dijo, «que por más intentos que haga, bien lo practique aislado o como cierre tras una larga práctica, no logro dominar. He detectado que es, de entre todas, la postura que más rehúsa mi ego, por así decir, y más en jaque pone mi relación con él. Pues sabe que ahí nada tiene que demostrar, y se resiste a ceder su control y deshacerse en una neutralidad dichosa, incluso por unos instantes. Es cierto que por fuera parece no ocurrir nada, sin embargo por dentro la lucha que mantengo con él es siempre muy fatigosa. Ya se practicaba en la eṕoca medieval; su nombre es shavāsana, el asiento del cadáver.»
Finalmente, la guru mā entregó un merecido y preciado diploma en sánscrito a las tres alumnas, pero persuadió a la última de que permaneciese con ella en su modesto ashram, a fin de perseverar juntas en la exploración y templanza de su dharma.
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Javi Sanmartín
4 Comentarios. Dejar nuevo
me encanta…
Gracias !
Sabio relato, como moraleja podríamos decir que todo está bien según su naturaleza, las dos alumnas mayores buscan algo diferente a la pequeña, y nada es mejor que lo otro, unas seguirán un camino y la otra otro, y está muy bien expresado lo del número, porque la mayoría hoy en día parece elegir ese yoga más físico y vistoso, y una minoría el yoga de recogimiento o meditativo
Mmmmh.… sabio y delicioso comentario !! Gracias