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Ahim­sā. ¿Arroz blan­co por quinoa?

Siri Tapa

La vio­len­cia o el domi­nio encu­bier­to es una peli­gro­sa víbo­ra que se mue­ve entre las fal­sas ense­ñan­zas, ayu­das o bon­da­des. Me nie­go al uso del yoga como un ins­tru­men­to para suc­cio­nar inte­li­gen­cia, para per­pe­tuar lo insos­te­ni­ble des­de la sen­si­bi­li­dad o para atra­par­nos en fór­mu­las de dis­trac­ción y adoc­tri­na­mien­to, como sole­mos decir de los medios de comu­ni­ca­ción de masas.

Ahim­sā es un tér­mino muy jugo­so para cual­quier yogui, pero aco­ta­ré hoy su aten­ción a lo siguien­te: toda­vía se ve la expo­si­ción del machis­mo inclu­so en el yoga, se con­fun­de el res­pe­to a la tra­di­ción del yoga con la per­pe­tua­ción de una cul­tu­ra que valo­ra a la mujer y la res­pe­ta solo mien­tras esté al lado de su mari­do, del cual pasa a ser depen­dien­te, al igual que de su sue­gra y fami­lia­res. En India, la fal­ta de auto­no­mía eco­nó­mi­ca y de res­pe­to, y los nume­ro­sos casos de mal­tra­to son algo que pro­vie­ne de unas creen­cias arrai­ga­das, don­de se prio­ri­za la edu­ca­ción de los niños, se des­atien­de la salud de las niñas, y se invi­si­bi­li­za el gran tra­ba­jo que desem­pe­ñan las muje­res, que no solo no es reco­no­ci­do sino que ade­más es inseguro.

Toda­vía pue­de ver­se cómo se usan las ense­ñan­zas yógui­cas para ador­nar el hecho de que par­te de la cul­tu­ra menos agra­da­ble de su país de ori­gen nos sea camu­fla­da con ver­sio­nes en las que se nos ayu­da a empa­par­nos de esta par­te menos afor­tu­na­da, lim­pián­do­le la cara lo sufi­cien­te y acom­pa­ñán­do­la de algu­nas bue­nas ense­ñan­zas, para que nos resul­te más agra­da­ble e inclu­so lo encon­tre­mos útil para mejo­rar nues­tras rela­cio­nes de pare­ja, basa­das en este­reo­ti­pos que fácil­men­te revi­ven, por no estar del todo supe­ra­dos en nues­tra pro­pia cultura .

Aun­que nos gus­ten algu­nas ense­ñan­zas y prác­ti­cas de un lina­je yógui­co, no tene­mos por­qué que­dar­nos con su par­te cul­tu­ral­men­te atro­fia­da, es más, debe­mos dar­nos cuen­ta de que ahí lo úni­co que hay es ausen­cia de yoga, y que esa es una zona de creen­cias y patro­nes que noso­tros y noso­tras pode­mos fil­trar inteligentemente.

No deje­mos que nos con­duz­can ofre­cién­do­nos con­se­jos medie­va­les sobre las rela­cio­nes o sobre nues­tra posi­ción en la vida para dejar­nos aton­ta­da­men­te feli­ces y que el hom­bre car­gue con la pesa­da eti­que­ta de líder y la mujer con la limi­tan­te de inse­gu­ra o cual­quier otra cosa del esti­lo. ¡Vaya! Con el gus­to que da que en la prác­ti­ca se nos vayan los rollos sexis­tas, que poca gra­cia que lue­go se los vaya­mos a añadir.

Y toman­do un tro­ci­to de este retal, me gus­ta­ría aña­dir un segun­do pun­to de aten­ción a esta mez­cla de coaching capi­ta­lis­ta con yoga para crear líde­res (mas­cu­li­nos o feme­ni­nos) que da cier­ta gri­ma. Si se nos achu­cha un poco todos cae­mos en el deseo de ser espe­cia­les, pero ¿no tra­ta­ba el yoga de como míni­mo apa­ci­guar el deseo y el ego? ¿no venía a ayu­dar­nos a ani­qui­lar lo que nos encor­se­ta y crea sufri­mien­to? Estos eti­que­ta­mien­tos con­lle­van una fal­ta total de liber­tad para cual­quie­ra, y por mucho que ten­ga­mos dife­ren­tes natu­ra­le­zas, caer siem­pre en la creen­cia de la nece­si­dad del lide­raz­go sobre otras per­so­nas, que no tie­nen esa supues­ta capa­ci­dad, no sé sí es lo más yogui… Estos patro­nes cons­tan­tes atan tan­to al líder como al res­to, impi­dién­do­nos cre­cer en otros aspec­tos. Si quie­res ser siem­pre un líder, ten­drás una boni­ta cár­cel hecha a tu gus­to. Si en una eta­pa tem­pra­na, como son los diez pri­me­ros años de prác­ti­ca, caes en una con­fu­sión como esta, el camino se vol­ve­rá más arduo y soli­ta­rio, por mucho que des­de fue­ra se cele­bren cier­tas ideas de éxito.

Quie­ro creer que muchos nos hemos ido acer­can­do al yoga con un ins­tin­to, no solo de salud psi­co-físi­ca, sino de reco­no­cer una opor­tu­ni­dad para la coope­ra­ción y un inten­to de hacer las cosas de otra mane­ra ¿aca­so es intere­san­te com­pe­tir para ser el yogui más líder, más famo­so, más empren­de­dor, más cari­ta­ti­vo, más ágil, más fle­xi­ble o más fuer­te? ¿Y no es la segu­ri­dad pro­pia y la con­fian­za entre la gen­te y con la vida el valor aña­di­do al renom­bra­do desapego?

Pro­gre­sar en la prác­ti­ca no es lo mis­mo que com­pe­tir. Tener auto­es­ti­ma no es ejer­cer auto­ri­dad. Ser sen­si­ble no es ser débil. ¿me entiendes?

Pon­ga­mos la pie­dra con gus­to en nues­tro fal­so teja­do para que poda­mos parar mien­tes y obte­ner una com­pren­sión más cla­ra y audaz, y avi­var la luci­dez, que de hecho todos tene­mos, para que sepa­mos des­cu­brir cuan­do nos dan gato por lie­bre, o mejor dicho, arroz blan­co por quinoa.

Cuan­do tiro del hili­to de ahim­sā, me suce­de todo lo con­tra­rio a que­dar­me pasi­va y vapu­lea­da, se me encien­de el cora­zón de la fuer­za del amor para des­pren­der­me de lo no esen­cial. Es como tener un faro que alum­bra y reco­no­ce dón­de no habi­ta yoga, y sen­ci­lla­men­te una sabe que por ahí no quie­re ir.

Per­te­ne­ce­mos a una boni­ta amal­ga­ma de aman­tes del yoga, con colo­ri­do sufi­cien­te como para seguir ahon­dan­do en lo pro­fun­do de lo que nos une, así ahim­sā se nos reve­la como poner­le amor a la vida y no limi­tar­lo. Ahim­sā es man­te­ner la saga­ci­dad para esqui­var las balas de los egos y es la posi­bi­li­dad de soñar y crear un mun­do don­de lo sen­si­ble no esté ame­na­za­do por la debi­li­dad, ni pro­pia ni ajena.

Ahim­sā no es la ausen­cia de vio­len­cia, ni tam­po­co sus antó­ni­mos, va mil pasos por delan­te y es todo un terri­to­rio inex­plo­ra­do en su inmen­sa mag­ni­tud, solo apto para ver­da­de­ros locos del amor.

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