ANTIGUAS Y MODERNAS RAÍCES DEL YOGA
Mark Singleton
La pálida luz del sol invernal penetraba desde las altas ventanas de la biblioteca de la Universidad de Cambridge hasta la cubierta de cuero oscuro de un libro. Con la sala repleta de silenciosos académicos, lo abrí, y fui hojeando, imagen tras imagen, una sucesión de hombres y mujeres en posturas que me resultaron familiares. Allí estaba la postura del guerrero, la del perro boca abajo. En otra página, el balance equilibrado de Utthita Pādāngushthāsana; y en las siguientes la postura de parada de cabeza, la de manos, el Supta Vīrāsana y más, todo lo que podrías esperar encontrar en un manual yóguico de āsanas. Pero éste no era un libro de yoga. Se trataba de un texto que describía un sistema danés de ejercicios dinámicos de principios del siglo XX, llamado Primitive Gimnastics. Por la noche, frente a mis estudiantes de yoga, reflexioné sobre mi descubrimiento. ¿Qué significado tenía el que muchas de las posturas que estaba enseñando fueran idénticas a las desarrolladas por un profesor de gimnasia escandinavo hace menos de un siglo? Al parecer, este gimnasta nunca había pisado la India, y tampoco había recibido enseñanza alguna sobre āsanas. Y sin embargo su sistema, con su formato de cinco cuentas, sus «bloqueos» abdominales y sus saltos dinámicos dentro y fuera de esas tan familiares posturas, se parecía increíblemente al sistema vinyasa-yoga que conocía tan bien.
Pasó el tiempo y mi curiosidad, que no hacía más que ir en aumento, pronto me llevó a investigar más. Averigüé que el sistema danés era el resultado de una tradición de gimnasia escandinava del siglo XIX, la cual había revolucionado el modo en que se ejercitaban los europeos. Estos sistemas basados en el modelo escandinavo se extendieron por toda Europa y se convirtieron en la base del entrenamiento físico en ejércitos, armadas y numerosas escuelas. También encontraron un modo de introducirse en la India. En la década de 1920, según una encuesta realizada por el YMCA en la India, Primary Gimnastics era uno de los sistemas más populares de ejercicio en todo el subcontinente, superado tan sólo por la gimnasia sueca desarrollada por P. H. Ling. Fue entonces cuando me preocupé seriamente.
¿Antiguo o moderno? Los orígenes del yoga
Los āsanas de yoga se presentan normalmente como una práctica transmitida durante miles de años, originada en los Vedas —los textos religiosos más antiguos de los hindúes— y no como un híbrido entre la tradición india y la gimnasia europea. Claramente había algo más aparte de lo que me habían enseñado. De alguna manera, mis fundamentos perdieron consistencia. Si no participaba de una antigua y venerable tradición, ¿qué es lo que estaba haciendo realmente?
Al rastrear estos textos primarios, comprendí la obviedad de que el āsana rara vez era, como tal, el núcleo principal de las importantes tradiciones de yoga en la India. Posturas como las que hoy conocemos figuraban a menudo entre las prácticas auxiliares de los sistemas de yoga (particularmente en hathayoga), pero no eran el componente dominante. Más bien aparecían subordinadas a prácticas como prānāyāma (expansión de la energía vital por medio de la respiración), dhāranā (enfoque o ajuste de la facultad mental) y nāda (sonido), y no tenían la salud ni el estado físico como objetivo principal. No al menos hasta la súbita explosión del interés en el yoga postural de las décadas de 1920 y 1930, ocurrida primero en la India y más tarde en Occidente.
Cuando el āsana migró al mundo occidental
El yoga empezó a ganar popularidad en Occidente a finales del siglo XIX. Pero era un yoga profundamente influenciado por las ideas espirituales y religiosas occidentales, que representaba en muchos aspectos una ruptura radical con los linajes de yoga de la India. La primera ola de «yoguis de exportación», encabezada por Swami Vivekananda, ignoró en gran medida el āsana y tendió a centrarse en el prānāyāma, la meditación y el pensamiento positivo. Con una sólida educación inglesa, Vivekananda arribó a las costas estadounidenses en 1893, y tuvo un éxito instantáneo con la alta sociedad de la costa este. Si bien pudo haber enseñado algunas posturas, Vivekananda rechazó públicamente el hathayoga en general, y el āsana en particular. Aquellos que llegaron tras su estela desde la India a Estados Unidos, se limitaron a suscribir la opinión de Vivekananda sobre āsana. La cual se debía, por un lado, a los viejos prejuicios que los indios de casta superior, como el propio Vivekananda, tenían contra yoguis, «faquires» y mendicantes de casta baja, los cuales realizaban posturas severas y rigurosas por dinero; y por otro lado, a los siglos de hostilidad y ridiculización dirigidos hacia estos grupos por los colonialistas occidentales, periodistas y académicos. No fue hasta la década de 1920 cuando una higienizada versión de āsana comenzó a ganar protagonismo como parte importante en los modernos yogas basados en el idioma inglés que emergían de la India.
Esto despejó algo mis primeras dudas. A mediados de la década de 1990, provisto de un ejemplar de B.K.S. Iyengar, Luz sobre el yoga, pasé tres años en la India tratando de recibir instrucción de yogāsana, y me sorprendió lo difícil que me resultó encontrarla. Tomé clases y talleres en toda la India con profesores conocidos y menos conocidos, los cuales atendían preferentemente a los peregrinos de yoga occidentales. ¿No era la India el hogar del yoga? ¿Por qué no había más indios realizando āsanas? ¿Y por qué, por mucho que me esforzara, no pude encontrar una esterilla de yoga?
Construyendo cuerpos fuertes
A medida que iba hundiéndome en el pasado reciente del yoga, las piezas del rompecabezas se juntaban lentamente, revelando una porción cada vez mayor de la imagen completa. En las primeras décadas del siglo XX, la India —como gran parte del resto del mundo— se vio afectada por un fervor sin precedentes por la cultura física, que resultaba estrechamente vinculada a la lucha por la independencia nacional. La construcción de mejores cuerpos, razonaba la gente, forjaría una mejor nación y optimizaría las posibilidades de éxito en caso de un enfrentamiento violento contra los colonizadores. Surgió entonces una amplia variedad de sistemas de ejercicios que combinaban las técnicas occidentales con las prácticas tradicionales indias en disciplinas como la lucha libre. A menudo, el nombre que recibían estos regímenes de fortalecimiento a través de la fuerza era «yoga». Algunos maestros, como Tiruka (K. Raghavendra Rao), viajaron por el país disfrazados de gurús de yoga, enseñando técnicas de fortalecimiento y combate a los potenciales revolucionarios. El objetivo de Tiruka consistía en preparar a la gente para un alzamiento contra los británicos, y así, camuflado de asceta religioso, conseguía eludir el ojo vigilante de las autoridades.
Otros maestros, como el reformista nacionalista de la cultura física Manick Rao, combinaron gimnasia europea y ejercicios de resistencia con pesas, con renovadas técnicas indias para el combate y la fuerza. El estudiante más famoso de Rao fue Swami Kuvalayananda (1883–1966), el maestro de yoga más influyente de su época. Durante la década de 1920, Kuvalayananda, junto con su rival y gurubhai («hermano del gurú») Sri Yogendra (1897–1989), combinó los āsanas y los sistemas de cultura física indígena de la India con las últimas técnicas europeas de gimnasia y naturopatía.
Con la ayuda del gobierno de la India, sus enseñanzas se extendieron por todas partes, y los āsanas —reformulados como cultura física y terapia— ganaron rápidamente una legitimidad que no habían disfrutado previamente en el resurgimiento del yoga posterior a Vivekananda. Aunque Kuvalayananda y Yogendra son en gran medida desconocidos en Occidente, su trabajo constituye una buena parte de la razón por la cual practicamos yoga como hoy lo hacemos.
La innovación del ásana
La otra figura altamente influyente en el desarrollo de la práctica moderna de āsanas en la India del siglo XX ha sido, por supuesto, T. Krishnamacharya (1888–1989), que estudió en el instituto de Kuvalayananda a principios de 1930 y enseñó a algunos de las más influyentes profesores de yoga global del siglo XX, como B.K.S. Iyengar, K. Pattabhi Jois, Indra Devi y T.K.V. Desikachar. Krishnamacharya, influido por las enseñanzas tradicionales del hinduismo, se graduó en las seis darshanas (los sistemas filosóficos del hinduismo ortodoxo) y en Ayurveda. Pero también fue receptivo a las necesidades de su época, y no temía innovar, como lo demuestran las nuevas formas de práctica de āsanas que desarrolló durante los años treinta. Durante su estancia como profesor de yoga a las órdenes del gran modernizador y entusiasta de la cultura física Krishnarajendra Wodeyar, el maharajah de Mysore, Krishnamacharya formuló una práctica dinámica de āsanas, dirigida principalmente a la juventud de la India, que estaba muy en línea con la cultura física zeitgeist. Era, como el sistema de Kuvalayananda, una suerte de matrimonio entre hathayoga, ejercicios de lucha libre y movimientos de gimnasia occidental moderna, y sobre todo no se parece a nada que se haya visto antes en la tradición del yoga.
Estos experimentos se convirtieron eventualmente en varios estilos contemporáneos de práctica de āsanas, especialmente lo que hoy se conoce como Ashtanga-vinyasa-yoga. Aunque este estilo de práctica representa sólo un breve período de la extensa carrera docente de Krishnamacharya (y no le hace justicia a su enorme contribución a la terapia del yoga), ha sido muy influyente en la creación de los sistemas basados en el yoga-vinyasa-flow y power-yoga norteamericanos.
Entonces, ¿dónde me dejaba todo esto? Parece claro que los estilos que yo practicaba venían de una tradición relativamente moderna, con objetivos, métodos y motivos diferentes a los que tradicionalmente se atribuyen a los āsanas. Sólo hay que leer las traducciones de textos como Hatha-Tattva-Kaumudi, Gheranda Samhita o Hatha-Ratnavali, para comprobar que gran parte del yoga que domina América y Europa hoy en día, ha cambiado apenas más allá del reconocimiento de las prácticas medievales. Los marcos filosóficos y esotéricos del hathayoga premoderno, así como el estado de los āsanas como «asientos» para la meditación y el prānāyāma, han sido marginados en favor de los sistemas que resaltan el movimiento gimnástico, la salud y la forma física, junto a las necesidades espirituales del Occidente moderno. ¿Esto hacía que el yoga que estaba practicando no fuera auténtico?
En ningún caso era ésta una pregunta fortuita. Mi rutina diaria durante esos años consistía en levantarme antes del amanecer, practicar yoga durante dos horas y media, y sentarme durante un día completo a estudiar la historia y la filosofía del yoga. Luego, al final de la jornada, o bien impartía clases de yoga o bien asistía a una como alumno. Toda mi vida giraba en torno al yoga.
Regresé a la biblioteca. Descubrí algo más, que Occidente había estado desarrollando su propia tradición de la práctica de la postura gimnástica, mucho antes de la llegada de los pioneros del āsana de la India, como B.K.S. Iyengar. Y que éstas eran tradiciones espirituales, a menudo desarrolladas por y para mujeres, que utilizaban la postura, la respiración y la relajación para acceder a estados elevados de conciencia. Mujeres estadounidenses como Cajzoran Ali y Genevieve Stebbins, y europeas como Mollie Bagot Stack, nacida en Dublín, fueron las herederas de principios del siglo XX de estas tradiciones de «movimiento armónico». Los recién llegados sistemas de yoga basados en āsanas, naturalmente, se interpretaban a través de la lente de estas tradiciones gimnásticas occidentales preexistentes.
Quedaban ya escasas dudas en mi mente: muchos practicantes de yoga actuales son los herederos de las tradiciones gimnásticas espirituales de sus bisabuelos, mucho más que del hathayoga medieval de la India. Y esos dos contextos son bastante diferentes. No es que las posturas del yoga moderno se deriven de la gimnasia occidental (aunque a veces pueda darse el caso). Más bien, a medida que las prácticas de yoga sincrético se estaban desarrollando en el período moderno, se interpretaron a través de la lente del movimiento armónico estadounidense, la gimnasia danesa o la cultura física en general. Y esto cambió profundamente el significado mismo de los movimientos, creando una nueva tradición de comprensión y práctica. Es esta la tradición que muchos de nosotros hemos heredado.
Crisis de fe
Aunque nunca interrumpí mi práctica diaria de āsanas durante todo este tiempo, sí sentí que estaba experimentando algo parecido a una crisis de fe. El suelo donde mi práctica parecía apoyarse: Patañjali, los Upanishads, los Vedas, se estremeció a medida que fui haciendo aquellos descubrimientos. Si las afirmaciones que muchas escuelas modernas de yoga hacen sobre las antiguas raíces de sus prácticas no son estrictamente ciertas, ¿será acaso porque no están esas mismas raíces fundamentalmente probadas?
Sin embargo, con el tiempo fui dándome cuenta de que preguntarme acerca de la autenticidad de las tradiciones modernas sobre āsanas, podía no ser la pregunta más apropiada. Estimar la práctica postural contemporánea como ilegítima es fácil, ya que no es fiel a las antiguas tradiciones de yoga. Pero haciendo eso no estaría en avenencia con la variedad de adaptaciones prácticas del yoga a lo largo de los milenios, y con el lugar del yoga moderno en relación a esa inmensa historia. Como categoría para valorar el yoga, la «autenticidad» se queda corta y dice mucho más sobre nuestras inseguridades, propias de este siglo XXI, que sobre la práctica del yoga.
Una forma de salir de este debate engañoso, pensé, era considerar ciertas prácticas modernas como simplemente los últimos injertos en el árbol del yoga. Nuestros yogas obviamente tienen sus raíces en la tradición india, aunque eso quede lejos de ser una totalidad. Pensar en el yoga de esta manera, como un árbol vasto y antiguo con muchas raíces y ramas, no es una traición a la «tradición» auténtica, ni fomenta una aceptación no crítica de todo lo que se llama a sí mismo «yoga», por muy absurdo que sea. Por el contrario, este tipo de pensamiento puede alentarnos a examinar nuestras propias prácticas y creencias más de cerca, a verlas en relación con nuestro propio pasado. También nos puede dar algo de claridad a medida que nos sumergimos en el mercado contemporáneo del yoga, que a menudo es desconcertante.
Aprender sobre la herencia cultural y espiritual occidental de nuestra práctica nos muestra cómo incorporamos nuestros propios entendimientos y malentendidos, esperanzas y preocupaciones en nuestra interpretación de la tradición, y cómo miles de influencias se unen para crear algo nuevo. También cambia la perspectiva sobre nuestra propia práctica, invitándonos a considerar realmente lo que estamos haciendo cuando practicamos yoga, y cuál es su significado para nosotros. Al igual que la práctica en sí, este conocimiento puede revelarnos tanto nuestro condicionamiento como nuestra verdadera identidad.
Más allá de la mera historia por el bien de la historia, aprender sobre el pasado reciente del yoga nos ofrece una lente necesaria y poderosa para ver nuestra relación con la tradición, antigua y moderna. En el mejor de los casos, la erudición del yoga moderno es una expresión actual más urgentemente necesitada de la virtud yóguica, viveka («discernimiento» o «juicio correcto»). Entender la historia del yoga y las raíces antiguas y ocultas nos acerca mucho más a la visión clara y verdadera. Incluso podría ayudarnos a trascender a una fase de mayor madurez en la práctica del yoga para el siglo XXI.
Traducción del inglés por Javi Gobinde
Ha sido investigador principal de investigación a largo plazo en el Instituto Americano de Estudios Indígenas, con sede en Jodhpur (Rajasthan, India), y fue consultor y autor de catálogos de la exposición «Yoga: el arte de la transformación», en 2013, en el Instituto Smithsoniano, Washington DC. Se desempeñó como co-presidente de la Consulta de Yoga en la Academia Americana de Religiones de 2012 a 2015. Es co-gerente del sitio web de Modern Yoga Research.
Sus libros incluyen Yoga en el mundo moderno (Routledge 2008, ed. Con Jean Byrne); Yoga Body, los orígenes de la práctica postural moderna (Oxford University Press 2010); Gurús del Yoga Moderno (Oxford University Press 2014, ed. Con Ellen Goldberg); y Roots of Yoga (Penguin Classics, enero de 2017, con James Mallinson). También ha escrito artículos, capítulos de libros y entradas de enciclopedias sobre yoga.