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Bhu­mis­par­sa Mudrā

Evan Mar­tí­nez

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Siddhartha pasea­ba por un camino y, de repen­te, sim­ple­men­te com­pren­dió que ni su renun­cia a los pla­ce­res del mun­do, ni su prác­ti­ca inten­sa, cons­tan­te y entre­ga­da de Yoga, ni su devo­ción, ni su asce­tis­mo, ni su tra­ba­jo dedi­ca­do a los más nece­si­ta­dos… nada de esto, al final, le con­du­ci­ría a la libe­ra­ción. Y encon­tró un árbol, y se sen­tó a medi­tar con el fir­me pro­pó­si­to de encon­trar la res­pues­ta a la pre­gun­ta que no era capaz de for­mu­lar.

Y medi­tó duran­te días, acom­pa­ña­do por su res­pi­ra­ción y el latir de su cora­zón, con deter­mi­na­ción y la cer­te­za de que solo así podría tras­cen­der y libe­rar­se de la rue­da del Sam­sa­ra.

Con las manos colo­ca­das una enci­ma de otra, sobre el rega­zo, recon­ci­lia­das en la for­ma de un cuen­co, libre de pesa­res y de cuen­tas pen­dien­tes, sim­ple­men­te res­pi­ra­ba entre­gan­do el hue­co de sus manos a la volun­tad de lo abso­lu­to. Se con­vir­tió en un reci­pien­te vacío expues­to a la llu­via; un reci­pien­te sin for­ma que se lle­na­ba de una belle­za sin recuerdo.

Cuan­do Gau­ta­ma se encon­tra­ba cer­ca de la ilu­mi­na­ción, el demo­nio Mara hizo su apa­ri­ción. Mara, inten­tó ale­jar­le de su esta­do de medi­ta­ción pro­fun­da. Sedu­cién­do­le, envián­do­le imá­ge­nes de sucu­len­tos pla­tos y deli­cio­sos dul­ces. ¡Lico­res dig­nos de dioses!

Muje­res des­nu­das dan­za­ban delan­te de sus ojos cerra­dos, mien­tras el demo­nio Mara se reía a car­ca­ja­das jugan­do entre ellas. Gau­ta­ma se sos­tu­vo, no cedió ni un milí­me­tro de su esta­do a las ten­ta­cio­nes de Mara, y se acer­có un poqui­to más a la ilu­mi­na­ción. Mara, deses­pe­ra­do, empe­zó a decir­le… «¿quién te crees que eres, Gau­ta­ma? Eres solo un hom­bre, dime ¿qué logros has alcan­za­do en esta vida para creer que pue­des libe­rar­te del Sam­sa­raNo eres digno ni del espa­cio que ocu­pas deba­jo del árbol. Eres insig­ni­fi­can­te.» Las pala­bras que  Mara lan­zó como pie­dras, no hicie­ron mella en el cora­zón de Gau­ta­ma, se man­tu­vo fir­me y esta­ble, libre de temo­res y dudas, y siguió res­pi­ran­do. Con cada exha­la­ción se acer­ca­ba un poqui­to más a su propósito.

El demo­nio Mara, vien­do que era impo­si­ble que Gau­ta­ma per­die­ra su con­cen­tra­ción, que ni las ten­ta­cio­nes, ni las dudas le afec­ta­ban, recla­mó el asien­to de la ilu­mi­na­ción de Gau­ta­ma para sí mis­mo, dicien­do con voz en gri­to: «No eres nada más que un hom­bre. Tú no eres más que una hor­mi­ga y yo soy como un Dios. A lo lar­go de miles de vidas he alcan­za­do logros inima­gi­na­bles, mis pode­res sobre­pa­san con cre­ces tus ridícu­los inten­tos por tras­cen­der.» «!!!Y noso­tros somos tes­ti­gos!!!», rugió al uní­sono su ejér­ci­to de demo­nios. Mara gri­tó: «Yo, Mara, ¡recla­mo tu asien­to para mi pro­pia ilu­mi­na­ción! ¿Quién habla­rá por ti, Siddhartha?»

Gau­ta­ma, des­li­zó la mano dere­cha por delan­te de las pier­nas has­ta rozar a la Madre Tie­rra con la yema de sus dedos. Se detu­vo el tiem­po, y la Tie­rra ente­ra tem­bló des­de lo más pro­fun­do has­ta lo más alto, y una voz como un trueno esta­lló: «¡Yo daré testimonio!»

 El demo­nio Mara des­apa­re­ció y Gau­ta­ma se con­vir­tió en Buda.

Evan Mar­tí­nez / Kiran

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