Dicen que en el principio sólo existía Brahmā. Durante milenios, permaneció absorto en meditación hasta que abrió los ojos y el universo empezó a expandirse. Cómo un niño que despierta de un profundo sueño, quiso jugar, pero estaba solo y aburrido en mitad de un océano infinito de ideas y posibilidades. Fruto de su intenso anhelo surgió Māyā. La Diosa, aceptó jugar con Brahmā. «De acuerdo —dijo Māyā— jugaremos a un juego maravilloso, pero tú harás lo que yo te diga.»
Brahmā, divertido, aceptó la condición de la Diosa y, como un niño, se dispuso a obedecerla. Siguiendo sus instrucciones, creó el sol y la luna, y el resto de estrellas y planetas que giran y danzan sobre nuestras cabezas. Creó la tierra y la separó del cielo, y creó también los mares, los ríos y los océanos, las montañas y los valles. Creó animales y plantas y muchísimas flores, bosques, lagos y miles de pájaros de colores. Con un gesto de sus manos puso en movimiento el aire y creó los vientos, y con un chasquido de dedos comenzó el correr del tiempo.
Māyā quedó prendada de la belleza del mundo que había creado Brahmā y le dijo: «Es tan bello el mundo que has creado, Brahmā, tienes que crear un tipo de animal con la inteligencia y la conciencia necesarias para que pueda apreciarlo, para que pueda gozar de todas las maravillas de este delicioso mundo.» Brahmā creó a los seres humanos e impaciente le dijo a Māyā: «Te he obedecido en todo, Māyā, ¿cuándo empezará el juego?» Māyā sonrió: «¡Empezaremos a jugar enseguida!» La Diosa cortó a Brahmā en miles de trocitos pequeños, y colocó cada trocito en el interior de un ser humano. «Ahora —dijo la Diosa— voy a hacer que olvides quien eres, tendrás que encontrarte a ti mismo si quieres ganarme.»
Māyā creó un juego, y Brahmā aún no ha recordado.
Evan Martínez
Profesora de Kundalini Yoga, promoción 2013–15.
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Deliciosa narración 🙂