Dar un paso firme hacia el yoga supone descubrir tu propia relación con el yoga, tan hermosa como lo sea tu valentía.
Con el tiempo se va aclarando tu relación yóguica con los yoguis y yoguinis de las que aprendes, con los compañeros, con la propia práctica, con tu vida cotidiana, con la alimentación, con la familia, y con las demasiadas ideas sobre cómo tendrías que ser como practicante de yoga… sobre el discernimiento de los estados de iluminación o las fantasías y sobre todo lo que se te pueda ocurrir, incluyendo la vejez, la enfermedad, la muerte o el más allá. Y es que yoga lo toca todo, es decir, todo lo que conoces va a ser tocado por yoga, incluso aquello que permanece oculto para tu nivel consciente.
Solo expresarlo hace que la piel sienta el rubor del acercamiento de lo amado.
No importa si te das a la relación con pasión o entras despacio, este jardín rezuma para que tu vida sea mejor y te desviste de máscaras y de indiferencia social, te da fuerza y vigor para actuar con una neutralidad no confundida, ya que ningún yogui despierto ha dejado de actuar en el mundo.
Yoga no es un cuento para evadirte, es ver prendida la luz en tu propia vida, en todos sus aspectos.
Tal vez pueda parecerte algo básico, pero creo que para ser sinceros hemos de reflexionar sobre muchas cosas básicas que nadie nos dijo que podían ser de otra manera, y que, de hecho, no se aprenden por ser aleccionados sino por derrumbar creencias y represiones, y que esto se vuelve más sencillo si tienes la suerte de cruzarte con alguien de cuyo ejemplo puedas inspirarte y tener un grupo donde compartir los hallazgos. Antiguamente todo empezaba por la relación que establecías con un maestro, me refiero a esa persona que era capaz de guiar, de cortar el ego, de pulir la brillantez, de abrirte la puerta hacia lo sublime. Hoy en día tal vez muchas connotaciones del rol del que profesa o practica yoga han cambiado, pero hay cosas que siguen siendo importantes: si no estás dispuesto a agrietar tu ego, sencillamente todavía no estás a la sombra del yoga.
Tal vez se pudiera discutir sobre las austeridades extremas del yoga clásico, la necesidad de seguir a alguien o tantas cosas, pero una se queda sin palabras ante la radiancia del corazón prendido y la mente iluminada.
Son muchos los regalos de esta vida, en la que por ejemplo empiezas haciendo ejercicios de agradecimiento como si se tratara de la lista de la compra, ejerces la valoración como una bandera y atosigas al cuerpo con una zanahoria hasta que un día cualquiera te das cuenta de que rebuznas menos y retozas más, das menos coces y miras más honestamente a los ojos. El milagro de la caída de un velo de ignorancia solo es el alegre telón del siguiente, tan valioso como una puesta de sol, que no solo no es poco, sino que es mucho más de lo que aparenta.
Y así, con el sol abrimos las puertas a la sādhanā, iniciamos los grupos de formación de yoga, que son toda una desformación de patrones, así, sencillamente, extendemos las esterillas para movernos, el zafu para meditar y charlamos sobre cosas que nos importan y sobre una felicidad que los spots publicitarios no pueden utilizar por mucho que se empeñen, ya que todo pasa entre nosotros, entre la gente que nos reunimos en estos grupos de yoga, en pequeñas escuelas dónde los intereses se transforman y nos sacudimos las zarpas del abatimiento y la rítmica agitación doliente.
Soportar la vida como una condena es de lo más alejado a lo que hacemos los yoguis. La hartura viene bien para dar un paso a otro lugar. Así es como muchos lo dan hacia yoga y, a su través, cada cual a descubrirse, y es que la incomodidad social es un buen símbolo de salud, de inteligencia y de esperanza para nosotros, la gente, cuando podemos dejar de hacer tantas tonterías y hacer tantas cosas valiosas.
Siri Tapa
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Me encanta quiero seguir, estoy como si empezara la universidad, esto es precioso.
Gracias.
Cuanto que aprender.Sat nam.