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El rit­mo del Silencio

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Era lar­go el camino, pues veníamos de lejos. Ner­vio­so ante lo que esta­ba por lle­gar, las emo­cio­nes se mez­cla­ban y bullían, movi­das por los recuer­dos y las expec­ta­ti­vas. Con­ten­to por ir a reu­nir­me con seres que­ri­dos y poder com­par­tir bellas prácticas de una técnica tan anti­gua como mara­vi­llo­sa. Y también tenía mie­do, cla­ro. Olot siem­pre es un cam­bio. Un sal­to hacia una tie­rra nue­va, des­co­no­ci­da. Y cues­ta con­fiar en lo que aún no conoces.

Dudas al mar­gen, en lo pro­fun­do, este año había algo más. Un impul­so interno del que he ido toman­do con­cien­cia a lo lar­go del camino, del tra­ba­jo rea­li­za­do. Como un tam­bor de fon­do que mar­ca el rit­mo de un paso fir­me y deci­di­do. El paso de alguien que sabe a dónde va.

La pri­me­ra mañana, en cla­se de formación, suce­dió algo. Un gol­pe cer­te­ro hizo tem­blar el vie­jo muro al que me esta­ba aga­rran­do y en el que había pues­to mí valía: El orgu­llo. Me sen­tí muy solo, fren­te a fren­te con el único pro­ta­go­nis­ta de mi pro­pia fábula. El héroe, la víctima, el villano.

Len­to, débil, el soni­do del tam­bor se hizo casi imper­cep­ti­ble. Un abra­zo opor­tuno me des­per­tó de mi letar­go. A lo mejor no estoy tan solo…

Y comen­zó el silen­cio. Y con él, otro rit­mo, otro lati­do. Sua­ve, inten­so, lar­go. Como las olas del mar. A ratos habla­ba. Cua­tro sílabas que, meciéndome, me sostenían. ¿O me trans­por­ta­ban? No lo sé.

Empe­za­ba a sen­tir más cercanía con los demás. Aque­llo que nos man­tie­ne uni­dos era más real que lo que nos sepa­ra. A pesar de las dife­ren­cias, viajábamos en el mis­mo bar­co. El ego lo cues­tio­na­ba de mil mane­ras, por supues­to. Como negro sobre blan­co, su voz era nítida y cla­ro su mensaje.

Res­pon­dió una mos­ca. Dos mos­cas. La pri­me­ra, mori­bun­da, sufría las embes­ti­das de la otra, de dis­tin­ta espe­cie, que tra­ta­ba de matar­la. Yo suda­ba, no por la trágica esce­na, sino por­que hacía sol y la sopa lle­va­ba fue­go. Tras un último ata­que, des­apa­re­cie­ron las dos. De inme­dia­to, me di cuen­ta de que no la quería matar. Le esta­ba dan­do la vuel­ta para que pudie­ra volar de nuevo.

Wahe Guru. Ese lo dije en serio. Don­de yo veía cruel­dad se escondía un ges­to de amor intac­to. ¿Cuántas veces no será así en mí vida?, ¿Cuántos gol­pes injus­tos habían tra­ta­do de poner­me en pie? Para este ani­mal, ayu­dar a otro, no fue ningún esfuer­zo. No lo hizo para sen­tir­se mejor insec­to o ser la mos­ca más que­ri­da. Tam­po­co se sin­tió por deba­jo la que nece­si­ta­ba ayu­da. Sim­ple­men­te seguían su natu­ra­le­za. ¿No será también la nuestra?

Un tro­zo del muro calló al sue­lo. Aire fres­co. Luz. Otro peda­zo al día siguien­te, en la cere­mo­nia. Agra­de­ci­do. La mejor sema­na de mi vida, me oí decir antes de mar­char. Una par­te qui­sie­ra que­dar­se para siem­pre, allá don­de todo es más fácil, don­de el amor emer­ge. A tu alre­de­dor. Aden­tro. Pero es momen­to de volver.

Apro­ve­che­mos el impul­so y las fuer­zas reco­gi­das, sabien­do que volverán los ciclos y cambiarán los vien­tos. Cae­ré de nue­vo y, si el orgu­llo no lo impi­de, lle­ga­rá la ayu­da. Habrá cal­ma y vendrán tem­pes­ta­des. Y segui­re­mos nave­gan­do. Por­que este bar­co no está hecho para bri­llar vara­do, sino para sur­car los mares.

Jor­ge de la Torre. Pro­fe­sor de Kun­da­li­ni Yoga. Promoción 2015–17 de Alicante.
Reti­ro Verano de Kun­da­li­ni Yoga Prem. Olot 2017.

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