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Kun­da­li­nī no hace tonterías

Rami­ro Calle

En el yoga la ener­gía vital se deno­mi­na prā­na, y la ener­gía cós­mi­ca, kun­da­li­nī. La ener­gía vital está en con­ti­nua­da acti­vi­dad y es la que rige y hace posi­ble todos los pro­ce­sos psi­co­fí­si­cos. Pra­na es alien­to, fuer­za vital, vita­li­dad y todas las fun­cio­nes psi­co­so­má­ti­cas son gra­cias a ella. Pra­na se adquie­re median­te la res­pi­ra­ción, el ali­men­to, el des­can­so, el sue­ño y las impre­sio­nes men­ta­les. El yogui tra­ta de no mal­gas­tar su ener­gía, de acu­mu­lar­la y de reuni­fi­car las fuer­zas dis­per­sas. Se tra­ta tam­bién de que el pra­na flu­ya libre­men­te y no de ago­tar­lo de mane­ra inne­ce­sa­ria. Kun­da­li­nī es la simien­te de ilu­mi­na­ción; si se atien­de, se des­plie­ga y nos desa­rro­lla, pro­cu­ra sabi­du­ría, huma­ni­za y coope­ra en la auto­rrea­li­za­cion; si no se atien­de, es como una plan­ta que se mue­re por fal­ta de agua.

Habla­mos de des­per­tar kun­da­li­nī, pero en reali­dad lo úni­co des­pier­to es kun­da­li­nī y ella es la que nos saca de nues­tro letar­go espi­ri­tual y nos impul­sa en la Bús­que­da. La lla­ma­da a la bús­que­da de reali­da­des supra­sen­si­bles y espi­ri­tua­les se debe a la actua­li­za­ción de esa ener­gía de auto­de­sa­ro­llo que está ale­tar­ga­da en la per­so­na y que muchos nun­ca hacen nada por acti­var, por­que no es ése su pro­pó­si­to exis­ten­cial. Es como una bella dur­mien­te que pue­de des­per­tar­se o acti­var­se y pro­cu­rar­le a la per­so­na esa nece­si­dad de bus­car­se y rea­li­zar­se. Kun­da­li­nī es un nom­bre y la Reali­dad está más allá de todos los nom­bres y es inase­qui­ble a lo con­cep­tual. Kun­da­li­nī esta­ba acti­va­da en Maha­vi­ra, Buda, Lao-Tsé, Pitá­go­ras, Jesús, Kabir, Rumí, Tilo­pa, San Juan de la Cruz o Rama­na Maharshi. Se le pue­de dar dis­tin­tos nom­bres según las diver­sas tra­di­cio­nes espirituales.

Como kun­da­li­nī es la simien­te de ilu­mi­na­ción, ella sabe qué poten­cia­li­da­des (cha­kras) acti­var en cada per­so­na de acuer­do a su natu­ra­le­za y gra­do de evo­lu­ción, así como a sus caren­cias. Kun­da­li­nī no hace ton­te­rías; es la Sabi­du­ría. El que hace ton­te­rías es el ser humano. Kun­da­li­nī es enten­di­mien­to correc­to y pene­tra­ti­vo, aprehen­sión de la Reali­dad, cons­cien­cia cla­ra y com­pa­sión. Cuan­do digo, inten­cio­na­da­men­te, que no hace ton­te­rías, quie­ro decir que no se dedi­ca a crear sín­to­mas extra­ños en la per­so­na; ella no se mani­fies­ta así. Por eso una cosa es kun­da­li­nī y otra esa ima­gi­na­ción des­con­tro­la­da que le hace inter­pre­tar a una per­so­na, por ejem­plo, que si tie­ne dolor de cabe­za, o se le eri­zan los cabe­llos, o le sil­ba un oído, o tie­ne olas de calor o sofo­cos, o sien­te hor­mi­gueo en algu­na par­te del cuer­po, ya es que kun­da­li­nī está hacien­do de las suyas. No, por favor, la Sabi­du­ría no es fan­ta­sía incon­tro­la­da ni una sen­sa­ción que nos pare­ce extra­ña o poco común, ni una idea. Es la gra­cia, por decir­lo así, pero no la gra­cia que vie­ne de afue­ra, sino la que sur­ge den­tro de noso­tros y nos repor­ta la com­pren­sión cla­ra para ir a lo esen­cial y no solo a lo banal, para enno­ble­cer­nos y supe­rar emo­cio­nes insa­nas; para otor­gar­le a la vida un sen­ti­do de mejo­ra­mien­to per­so­nal y armo­nía. A esta ener­gía de orden supe­rior se le pue­de lla­mar como fue­re, que eso a ella no le impor­ta. Por mucho que al azú­car le lla­me­mos sal, sigue sabien­do dulce.

Las acti­tu­des y méto­dos para desa­rro­llar kun­da­li­nī o la Sabi­du­ría Libe­ra­do­ra, son nume­ro­sos, pero sin duda entre los esen­cia­les está la acti­tud correc­ta, el anhe­lo de libe­ra­ción, el des­po­jar­se de emo­cio­nes y pen­sa­mien­tos noci­vos, el mejo­rar la cali­dad de vida inte­rior y entre­nar una per­cep­ción más inten­sa y ele­va­da, la prác­ti­ca de la medi­ta­ción y la intros­pec­ción, el cul­ti­vo de la luci­dez y el amor. Por supues­to los méto­dos psi­co­so­má­ti­cos pue­den ayu­dar, pero como coad­yu­van­tes, toda vez que kun­da­li­nī no es una fun­ción orgá­ni­ca sola­men­te, sino mucho más. El pra­na­ya­ma, la reci­ta­ción de man­tras, las téc­ni­cas de auto­in­mer­sión (prat­yaha­ra), pue­den resul­tar ayu­das com­ple­men­ta­rias. Es impres­cin­di­ble seguir las tres dis­ci­pli­nas: la éti­ca o vir­tud, la de entre­na­mien­to men­tal o medi­ta­ción, y el cul­ti­vo metó­di­co del enten­di­mien­to correc­to o Sabi­du­ría. En la lar­ga mar­cha para el des­per­tar ver­da­de­ro de kun­da­li­nī, tam­bién ayu­da ese silen­cio inte­rior en el que se reve­la una mane­ra de sen­tir más allá del pen­sa­mien­to por­ta­dor del ape­go y el mie­do. La con­cen­tra­ción, por ejem­plo, en cha­kras es un sim­ple ejer­ci­cio de con­cen­tra­ción o aten­ción uni­fi­ca­da. Los ásanas, mudras y bandhas favo­re­cen el con­trol psi­co­so­má­ti­co y capa­ci­tan a la per­so­na para con­tar con ener­gías en el difí­cil camino de la bús­que­da inte­rior. La pre­sen­cia o rela­ción con per­so­nas real­men­te evo­lu­cio­na­das, ayu­da a evo­lu­cio­nar en cier­to modo por una cone­xión mimé­ti­ca y empá­ti­ca. La lec­tu­ra de obras de ver­da­de­ro con­te­ni­do espi­ri­tual acti­van el sen­ti­do moti­va­cio­nal. El amor es el her­mano de Sabi­du­ría, y Sabi­du­ría y Com­pa­sión son la esen­cia nutri­ti­va de kun­da­li­nī.

A kun­da­li­nī unos se refie­ren como el Ser y otros el Vacío o –como yo en mi rela­to espi­ri­tual «El Faquir»– el Vacío pri­mor­dial; unos con­si­de­ran a kun­da­li­nī como el Todo y otros como la Nada; unos como la esen­cia últi­ma y otros como la luz del alma. Para unos es lo que nun­ca ha deja­do de ser y para otros ese Sí-mis­mo que se escon­de tras el pen­sa­mien­to o está en la fuen­te del mis­mo. Da igual qué pala­bra uti­li­ce­mos para refe­rir­nos a kun­da­li­nī, por­que ella es para ser vivi­da y no nom­bra­da. Ella apa­ci­gua el espí­ri­tu y paci­fi­ca el áni­mo. Es subli­mi­dad. Nos ayu­da a con­quis­tar lo ilu­so­rio para esta­ble­cer­nos en lo Real. Enton­ces lo que creía­mos tan sus­tan­cial y a lo que tan­to nos afe­rrá­ba­mos y nos escla­vi­zá­ba­mos, deja de ser­lo y uno va más allá, en el esce­na­rio de este mun­do, de la dicha o la des­di­cha, por­que deja de abri­gar la idea de ego.

Rami­ro Calle

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