Y llegó la aurora al Monte Meru, Usas “la de los senos rosados”, la hija predilecta de Madre/Padre, aquella que golpeaba suave y certera la oscuridad aquí y allá, liberando la luz de las tinieblas. Como las olas despiertan con sus aguas los reflejos en las rocas de la playa, así Usas invadía con una claridad tibia y musical la Casa de Padre/Madre, el mundo incompleto de Madre/Padre, la insatisfacción de Padre/Madre. Llegaba, acariciaba y retrocedía, despertando la ilusión de Madre/Padre, el deseo de Padre/Madre, y la esperanza de Madre/Padre, y también de los otros hijos. Los otros Dioses.
Brahmā̄ abrió los ojos y desperezándose, como en cada comienzo, puso en marcha el mecanismo del tiempo, que empezó a deslizarse por su mala. El resto de los Dioses se despertó con el rugir de su bostezo. Era una mañana como cualquier otra en el Monte Meru: Brahmā y Vishnu jugaban a los dados. Vishnu, muy airado de repente, cogió los dados y los lanzó con su fuerza inconcebible hacia el final de los tiempos diciendo: “¡Siempre haces trampa! Detienes el tiempo y mueves los dados para conseguir puntuaciones favorables. Pero yo soy más listo que tú y advertí a Garuda de mis sospechas que se envolvió en un *chandah y pudo confirmar lo que yo ya sabía: ¡Eres un tramposo!”
Brahmā̄ estalló literalmente en carcajadas, abriendo cráteres y fosas y abismos allí donde resonaba su risa…“¿Que tu eres más listo que yo?… No me hagas reír…”
Que si tú, que si yo, que si tú, que si yo… Y como nos ocurre muchas veces a los mortales, se enzarzaron en una discusión, que se convirtió en una guerra de titanes; una partida de ajedrez cósmico en el que con cada movimiento se ponía en jaque el equilibrio de todas las cosas, grandes y pequeñas.
Todos los Dioses, antiguos y nuevos, dejaron sus quehaceres y se sentaron cerca de donde tenía lugar la contienda. Indra abandonó su trono y se sentó divertido a observar, Soma bajó de la Luna, Suria y Vayu intercambiaban miradas cómplices recordando en silencio viejos tiempos y viejas contiendas entre ellos, también se acercaron Agni, Mitra y Varuna, y Parvati acompañada de Nandi, el toro de Shiva, no tardó Ganesha en ir junto a su madre. Pronto se reunió con ellos Laksmi con Garuda, y Saraswati con su **vina, que se puso a tocar.
Mientras Brahmā detenía el tiempo, dejándolo todo en tinieblas durante eones, sin inmutarse ante la desgracia del mundo que perecía a su capricho, Visnhu permanecía dormido, esperando su turno. Al despertar, recorría de nuevo el universo montado en su Rueda devolviendo el equilibrio a todas las cosas, tejiendo con rapidez las gunas, y con ellas la realidad que todos conocemos a la velocidad del pensamiento con sus cuatro brazos.
Infinitas veces el Universo fue reducido una mota de polvo cósmico suspendida en la mente de Brahmā e infinitas veces volvió a resurgir animado por el sonido de la caracola de Vishnu. Los presentes, testigos silenciosos de la contienda, se sentían reducidos a la nada absoluta, el tiempo tal y como lo medimos los mortales se detuvo. Cada átomo vibrante estaba ocupado en aquellos dos seres fanfarrones y excesivos batiéndose en un duelo sin sentido, nada más sucedía. Sólo aquella lucha eterna por un trono inexistente, sólo aquella batalla carente de significado.
De repente, apareció en mitad del océano una roca, una roca negra y pulida que crecía y crecía sin motivo aparente. Primero hasta alcanzar la altura del mismísimo Monte Meru, luego creció hasta las estrellas y la Luna, pero lejos de quedarse ahí, siguió creciendo y creciendo hasta dimensiones infinitas, ante la mirada atónita y perpleja de todos los Dioses. Brahmā y Vishnu dejaron de discutir, en silencio observaban aquel poder incomprensible, aquella magnitud inabarcable, aquella potencia silenciosa. Intercambiaban miradas interrogativas sin saber muy bien qué hacer, intentaron tocar aquella roca pero su temperatura superaba con creces la temperatura de 10.000 soles y se abrasaron las manos, intentaron tumbar en vano aquella columna que se erguía furiosa más allá de lo concebible, tanto para mortales como para los mismísimos Dioses. Brahmā se convirtió en cisne y emprendió el vuelo, alrededor de aquella columna, dispuesto a encontrar el origen de aquella potencia inconmensurable, Vishnu se convirtió en pez y se sumergió en el océano, girando alrededor de aquella roca dispuesto a encontrar el origen de aquella fuerza omnipotente. Ambos se rindieron lejos de alcanzar su objetivo, pues por mucho que se esforzaban en alcanzar el conocimiento de aquella fuerza extraordinaria, ésta crecía más y más, ridiculizándolos.
De pronto, se oyó un ruido ensordecedor, como si 10.000.000 de rayos con sus 10.000.000 de truenos cayeran a la vez en el mismo lugar. Todos los Dioses volvieron sus ojos hacia el origen de aquel sonido, aquella roca inexpugnable se estaba resquebrajando. Aquella roca, de repente llena de vida, se tensaba, se movía, el aire se llenó de su movimiento vibratorio, finalmente la roca se abrió. Todos los Dioses, con Brahmā y Vishnu a la cabeza, corrieron hacia la apertura y se asomaron curiosos: en el fondo, sentado en un cráter, cubierto de cenizas humeantes, encontraron a Shiva, indiferente a todo, meditando.
*Chandah- Encantamiento compuesto de silabas.
** Vina- Instrumento musical de cuerda.
Evan Martínez