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La dis­cu­sión de Vish­nu y Brahmā

Evan Mar­tí­nez

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Y lle­gó la auro­ra al Mon­te Meru, Usas “la de los senos rosa­dos”, la hija pre­di­lec­ta de Madre/Padre, aque­lla que gol­pea­ba sua­ve y cer­te­ra la oscu­ri­dad aquí y allá, libe­ran­do la luz de las tinie­blas. Como las olas des­pier­tan con sus aguas los refle­jos en las rocas de la pla­ya, así Usas inva­día con una cla­ri­dad tibia y musi­cal la Casa de Padre/Madre, el mun­do incom­ple­to de Madre/Padre, la insa­tis­fac­ción de Padre/Madre. Lle­ga­ba, aca­ri­cia­ba y retro­ce­día, des­per­tan­do la ilu­sión de Madre/Padre, el deseo de Padre/Madre, y la espe­ran­za de Madre/Padre, y tam­bién de los otros hijos. Los otros Dioses.

Brah­mā̄ abrió los ojos y des­pe­re­zán­do­se, como en cada comien­zo, puso en mar­cha el meca­nis­mo del tiem­po, que empe­zó a des­li­zar­se por su mala. El res­to de los Dio­ses se des­per­tó con el rugir de su bos­te­zo. Era una maña­na como cual­quier otra en el Mon­te Meru: Brah­mā y Vish­nu juga­ban a los dados. Vish­nu, muy aira­do de repen­te, cogió los dados y los lan­zó con su fuer­za incon­ce­bi­ble hacia el final de los tiem­pos dicien­do: “¡Siem­pre haces tram­pa! Detie­nes el tiem­po y mue­ves los dados para con­se­guir pun­tua­cio­nes favo­ra­bles. Pero yo soy más lis­to que tú y adver­tí a Garu­da de mis sos­pe­chas que se envol­vió en un *chan­dah y pudo con­fir­mar lo que yo ya sabía: ¡Eres un tramposo!”

Brah­mā̄ esta­lló lite­ral­men­te en car­ca­ja­das, abrien­do crá­te­res y fosas y abis­mos allí don­de reso­na­ba su risa…“¿Que tu eres más lis­to que yo?… No me hagas reír…”

Que si tú, que si yo, que si tú, que si yo… Y como nos ocu­rre muchas veces a los mor­ta­les, se enzar­za­ron en una dis­cu­sión, que se con­vir­tió en una gue­rra de tita­nes; una par­ti­da de aje­drez cós­mi­co en el que con cada movi­mien­to se ponía en jaque el equi­li­brio de todas las cosas, gran­des y pequeñas.

Todos los Dio­ses, anti­guos y nue­vos, deja­ron sus queha­ce­res y se sen­ta­ron cer­ca de don­de tenía lugar la con­tien­da. Indra aban­do­nó su trono y se sen­tó diver­ti­do a obser­var, Soma bajó de la Luna, Suria y Vayu inter­cam­bia­ban mira­das cóm­pli­ces recor­dan­do en silen­cio vie­jos tiem­pos y vie­jas con­tien­das entre ellos, tam­bién se acer­ca­ron Agni, Mitra y Varu­na, y Par­va­ti acom­pa­ña­da de Nan­di, el toro de Shi­va, no tar­dó Ganesha en ir jun­to a su madre. Pron­to se reu­nió con ellos Laks­mi con Garu­da, y Saras­wa­ti con su **vina, que se puso a tocar.

Mien­tras Brah­mā dete­nía el tiem­po, deján­do­lo todo en tinie­blas duran­te eones, sin inmu­tar­se ante la des­gra­cia del mun­do que pere­cía a su capri­cho, Visnhu per­ma­ne­cía dor­mi­do, espe­ran­do su turno. Al des­per­tar, reco­rría de nue­vo el uni­ver­so mon­ta­do en su Rue­da devol­vien­do el equi­li­brio a todas las cosas, tejien­do con rapi­dez las gunas, y con ellas la reali­dad que todos cono­ce­mos a la velo­ci­dad del pen­sa­mien­to con sus cua­tro brazos.

Infi­ni­tas veces el Uni­ver­so fue redu­ci­do una mota de pol­vo cós­mi­co sus­pen­di­da en la men­te de Brah­mā e infi­ni­tas veces vol­vió a resur­gir ani­ma­do por el soni­do de la cara­co­la de Vish­nu. Los pre­sen­tes, tes­ti­gos silen­cio­sos de la con­tien­da, se sen­tían redu­ci­dos a la nada abso­lu­ta, el tiem­po tal y como lo medi­mos los mor­ta­les se detu­vo. Cada áto­mo vibran­te esta­ba ocu­pa­do en aque­llos dos seres fan­fa­rro­nes y exce­si­vos batién­do­se en un due­lo sin sen­ti­do, nada más suce­día. Sólo aque­lla lucha eter­na por un trono inexis­ten­te, sólo aque­lla bata­lla caren­te de significado.

De repen­te, apa­re­ció en mitad del océano una roca, una roca negra y puli­da que cre­cía y cre­cía sin moti­vo apa­ren­te. Pri­me­ro has­ta alcan­zar la altu­ra del mis­mí­si­mo Mon­te Meru, lue­go cre­ció has­ta las estre­llas y la Luna, pero lejos de que­dar­se ahí, siguió cre­cien­do y cre­cien­do has­ta dimen­sio­nes infi­ni­tas, ante la mira­da ató­ni­ta y per­ple­ja de todos los Dio­ses. Brah­mā y Vish­nu deja­ron de dis­cu­tir, en silen­cio obser­va­ban aquel poder incom­pren­si­ble, aque­lla mag­ni­tud inabar­ca­ble, aque­lla poten­cia silen­cio­sa. Inter­cam­bia­ban mira­das inte­rro­ga­ti­vas sin saber muy bien qué hacer, inten­ta­ron tocar aque­lla roca pero su tem­pe­ra­tu­ra supe­ra­ba con cre­ces la tem­pe­ra­tu­ra de 10.000 soles y se abra­sa­ron las manos, inten­ta­ron tum­bar en vano aque­lla colum­na que se erguía furio­sa más allá de lo con­ce­bi­ble, tan­to para mor­ta­les como para los mis­mí­si­mos Dio­ses. Brah­mā se con­vir­tió en cis­ne y empren­dió el vue­lo, alre­de­dor de aque­lla colum­na, dis­pues­to a encon­trar el ori­gen de aque­lla poten­cia incon­men­su­ra­ble, Vish­nu se con­vir­tió en pez y se sumer­gió en el océano, giran­do alre­de­dor de aque­lla roca dis­pues­to a encon­trar el ori­gen de aque­lla fuer­za omni­po­ten­te. Ambos se rin­die­ron lejos de alcan­zar su obje­ti­vo, pues por mucho que se esfor­za­ban en alcan­zar el cono­ci­mien­to de aque­lla fuer­za extra­or­di­na­ria, ésta cre­cía más y más, ridiculizándolos.

De pron­to, se oyó un rui­do ensor­de­ce­dor, como si 10.000.000 de rayos con sus 10.000.000 de true­nos caye­ran a la vez en el mis­mo lugar. Todos los Dio­ses vol­vie­ron sus ojos hacia el ori­gen de aquel soni­do, aque­lla roca inex­pug­na­ble se esta­ba res­que­bra­jan­do. Aque­lla roca, de repen­te lle­na de vida, se ten­sa­ba, se movía, el aire se lle­nó de su movi­mien­to vibra­to­rio, final­men­te la roca se abrió. Todos los Dio­ses, con Brah­mā y Vish­nu a la cabe­za, corrie­ron hacia la aper­tu­ra y se aso­ma­ron curio­sos: en el fon­do, sen­ta­do en un crá­ter, cubier­to de ceni­zas humean­tes, encon­tra­ron a Shi­va, indi­fe­ren­te a todo, meditando.

*Chan­dah- Encan­ta­mien­to com­pues­to de silabas.
** Vina- Ins­tru­men­to musi­cal de cuerda.

Evan Mar­tí­nez

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