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La tra­di­ción no pue­de ser nombrada

Éric Baret

LA TRA­DI­CIÓN NO PUE­DE SER NOMBRADA
Éric Baret
Con­ver­sa­ción con Jean Bou­chart d’Or­val en Mon­treal, 1996


 

¿Pue­des hablar­nos de la tra­di­ción de Cachemira?

Todo lo que se podría decir sobre esta tra­di­ción sería un insul­to para ella. Ella es el refle­jo direc­to de la no-direc­ción, el pre­sen­ti­mien­to pro­fun­do de no tener nada que lograr, de que todo está ya con­se­gui­do. Cual­quier aspec­to que se des­ta­que, que afir­me, que trans­mi­ta infor­ma­ción, que ense­ñe o requie­ra cual­quier cam­bio, es sim­ple­men­te un depó­si­to de datos; no for­ma par­te de lo que en Orien­te es con­si­de­ra­do como una mira­da tradicional.
La tra­di­ción se expre­sa a tra­vés de una for­ma codi­fi­ca­da a la que no debe­mos afe­rrar­nos. Sólo hay escu­cha, una escu­cha que no sabe nada, que no espe­ra nada. Sólo hay una mira­da ino­cen­te, una mira­da que no pue­de ser ence­rra­da. Así como toda inci­ta­ción a un cam­bio de com­por­ta­mien­to o de pen­sa­mien­to sólo esti­mu­la el ale­ja­mien­to, una tra­di­ción que requie­ra que un ser humano haga algo acen­tua­ría lo que el ser humano no es.
Una ver­da­de­ra tra­di­ción pone el acen­to sobre lo esen­cial, lo fun­da­men­tal en el ser, lo cons­tan­te. ¿Qué es cons­tan­te en noso­tros? ¿Qué es en noso­tros inde­pen­dien­te de las carac­te­rís­ti­cas psi­co­ló­gi­cas y fisiológicas?
La tra­di­ción no pue­de ser nom­bra­da. Cuan­do escu­chas un ada­gio de Mozart, no escu­chas real­men­te los ins­tru­men­tos, sin saber­lo sien­tes el silen­cio. En la eje­cu­ción de una repre­sen­ta­ción de dan­za, el artis­ta está total­men­te dis­po­ni­ble para el movi­mien­to; pero es la inmo­vi­li­dad lo que real­men­te hace que uno sien­ta la belle­za. Del mis­mo modo, des­de el exte­rior, se podría hablar de una for­mu­la­ción cris­tia­na, musul­ma­na, taoís­ta o shi­vaís­ta; pero el que res­pi­ra esta tra­di­ción no se sien­te ata­do a ella, no se sien­te atra­pa­do por su colo­ra­ción. Ni siquie­ra debe­ría saber en qué tra­di­ción está par­ti­ci­pan­do. No se pone énfa­sis en la for­ma. Un sufí que se sabe sufí no es un ver­da­de­ro sufí.
Nece­si­ta­dos de segu­ri­dad, bus­ca­mos un «gran maes­tro», una tra­di­ción muy anti­gua o céle­bres tex­tos. Pero todo es par­te del mun­do pro­fano. La ver­da­de­ra tra­di­ción enfa­ti­za la belle­za, la ale­gría. Esta belle­za y esta ale­gría se expre­san por la voz, por la músi­ca, por la dan­za. En yoga todo es movi­mien­to. Para enten­der el movi­mien­to, uno tam­bién debe pre­sen­tir el no-movi­mien­to. La ale­gría es la gran armo­ni­za­do­ra de todos los rit­mos del cuer­po, de todas las respiraciones.
En Orien­te, la con­cien­cia de las res­pi­ra­cio­nes y sus expre­sio­nes en la vida son muy pro­nun­cia­das. Des­de el pun­to de vis­ta de la fun­ción social, uno pue­de, por supues­to, vol­ver­se espe­cia­lis­ta en una tra­di­ción, para seña­lar en qué momen­to algu­nas per­so­nas fue­ron sacu­di­das por su for­mu­la­ción. Inclu­so se pue­de escri­bir sobre esta tra­di­ción, publi­car la bio­gra­fía de las per­so­nas que la han expre­sa­do. Estas acti­vi­da­des son legí­ti­mas, como todas las acti­vi­da­des huma­nas, pero esto no con­cier­ne a la tra­di­ción. Los libros de músi­ca no se refie­ren al pre­sen­ti­mien­to de la ale­gría que se sien­te en un con­cier­to. Las publi­ca­cio­nes sobre Mozart son jus­ti­fi­ca­das, pero los libros sobre Mozart no hacen sen­tir la músi­ca. Los libros sobre tra­di­cio­nes no te hacen sen­tir el silencio.

Pla­ca voti­va con Buda sen­ta­do y asis­ten­tes, Siglo XI, Perío­do Pala, terracota

¿Qué pasa con los recuer­dos de vidas pasadas?

Esta­mos espe­cial­men­te afec­ta­dos por la memo­ria de esta vida. Pero el futu­ro nos afec­ta aún más que la memo­ria. El pro­ble­ma es el futu­ro. Libe­ra­do del futu­ro, el pasa­do ya no exis­te; no hay direc­ción, nada detrás de ti. Mien­tras haya una direc­ción, habrá un pasado.
Bus­car libe­rar­se del pasa­do es un des­acier­to peda­gó­gi­co. Es más apro­pia­do libe­rar­se del futu­ro. Sin futu­ro, no tie­nes a dón­de ir. Cuan­do bus­cas pro­fun­da­men­te, encuen­tras que el pro­pó­si­to de tu bús­que­da no pue­de ser un resul­ta­do, ni el resul­ta­do de nada. Uno no pue­de «ir a», sino úni­ca­men­te abrir­se a la no-forma.
Libe­ra­do de cual­quier sis­te­ma de que­rer lle­gar a algo, que­das libre de cual­quier acti­vi­dad. Enton­ces, giras la cabe­za, no tie­nes pasa­do. Estos momen­tos de aper­tu­ra abar­can nues­tras vidas pasa­das que están aquí y aho­ra; nun­ca han esta­do en el pasa­do. Las vidas pasa­das o futu­ras están en el ins­tan­te. Aban­do­nas el ele­men­to psi­co­ló­gi­co por­que es la psi­co­lo­gía la que pien­sa en tér­mi­nos de pasa­do y futu­ro. La expe­rien­cia es sólo en el instante.
Deja el pasa­do como es y ve real­men­te lo que eres. La bús­que­da orien­ta­da a librar­se del pasa­do es inter­mi­na­ble. El pasa­do siem­pre tie­ne ante­ce­den­tes, siem­pre pue­de ir más lejos. La hori­zon­ta­li­dad es infi­ni­ta. En la sen­si­bi­li­za­ción cor­po­ral, esta­mos más y más aten­tos todos los días, nos sen­ti­mos más y más, vemos más y más, es inter­mi­na­ble. Cuan­do el cuer­po nos aban­do­ne, nun­ca habrá explo­ta­do todo su poten­cial, no es posi­ble. Esta bús­que­da es una pér­di­da de energía.
No hay nada en qué con­ver­tir­se. En ese no-deve­nir, has­ta cier­to pun­to, la sen­si­bi­li­dad des­pier­ta a lo que es fun­cio­nal. Pero que­rer vol­ver­se sen­si­ble es toda­vía un deve­nir, una inten­ción, una sen­si­bi­li­dad diri­gi­da que excluye.
Man­ten­te unos ins­tan­tes, en un momen­to del día, sin futu­ro. Mira lo que pasa, cómo reac­cio­na tu cuer­po. Esto tie­ne un impac­to colo­sal tan­to a nivel cor­po­ral como psicológico.

¿Cómo pue­de un tera­peu­ta trans­mi­tir el silencio?

Olvi­dán­do­lo com­ple­ta­men­te. Cuan­do alguien sabe que ha sen­ti­do el silen­cio, hay obs­tácu­los. Te haces dis­po­ni­ble a lo que se pre­sen­te. Es la situa­ción la que trae la acti­tud correc­ta. Si el tera­peu­ta ha sen­ti­do el silen­cio detrás de estos movi­mien­tos, por deba­jo de este supues­to saber, inde­pen­dien­te­men­te de su deve­nir, nun­ca se refe­ri­rá a él ade­cua­da­men­te. Cuan­do él te dice: «Yo conoz­co el silen­cio, yo cono­cí el silen­cio», esto es un con­cep­to, es la memo­ria. Cuan­do ya no nos move­mos hacia este pre­sen­ti­mien­to, pode­mos decir que el pre­sen­ti­mien­to trae una for­ma de sim­pli­ci­dad en la vida. Pode­mos tener pro­ble­mas, pero nun­ca es pro­ble­má­ti­co. El pacien­te no es dife­ren­te de noso­tros mis­mos. En tu sen­si­bi­li­dad, no sabes nada, no quie­res nada. El cuer­po del pacien­te está com­ple­ta­men­te actua­li­za­do en su no saber. La más míni­ma idea de que­rer trans­mi­tir este pre­sen­ti­mien­to de silen­cio, de ser un tera­peu­ta espi­ri­tual es una ton­te­ría. En la no-refe­ren­cia, cual­quier cosa pue­de ser expre­sa­da. Cuan­do no te refie­res a este pre­sen­ti­mien­to, él se expre­sa constantemente.
Sólo pue­des memo­ri­zar la expre­sión de este pre­sen­ti­mien­to, nun­ca el pre­sen­ti­mien­to mis­mo. Cuan­do dices: «Me suce­dió en este o en aquel momen­to», es la memo­ria la que inter­vie­ne. Cuan­do vivi­mos pro­fun­da­men­te en el ins­tan­te, no pasa nada, no lle­ga nada. Esta no-direc­ción pue­de flo­re­cer en noso­tros sólo en ausen­cia de direc­ción, de memo­ria. En ese momen­to, el cuer­po, la psi­que, ya no son cir­cui­tos cerra­dos y, por lo tan­to, pue­den integrarse.
El pacien­te, según su capa­ci­dad, par­ti­ci­pa de la mis­ma liber­tad que tú sien­tes. Trans­mi­tir a un pacien­te algo es, en últi­ma ins­tan­cia, vio­len­cia e impo­si­ción. No hay nada que trans­mi­tir. Uno sólo pue­de trans­mi­tir inten­cio­nes y pre­pa­ra­ti­vos para un acon­te­ci­mien­to. El asom­bro no se trans­mi­te. Cuan­do expe­ri­men­ta­mos el asom­bro, no per­te­ne­ce a una per­so­na en par­ti­cu­lar. Es todo el entorno el que par­ti­ci­pa de este asom­bro. Por esta razón un poco rudi­men­ta­ria, cier­ta­men­te, el hecho de irse a reco­ger a la cue­va don­de vivió Rama­na Maharshi pue­de estar jus­ti­fi­ca­do, pero, tar­de o tem­prano, ya no te preo­cu­pa­rá más.

Shiva-Seated-with-Uma-(Umamaheshvara)—11th-century,-Thakuri-dynasty,-Copper-Alloy-Sculpture,-Nepal-(Kathmandu-Valley)

No obs­tan­te, ¿con­si­de­ras que hay muchas tradiciones?

El silen­cio no es cris­tiano, ni sufí ni hin­dú, ¿por qué defi­nir siem­pre? ¿Por qué sepa­rar siem­pre? Es sólo el mie­do, la nece­si­dad de per­te­ne­cer a una u otra tra­di­ción, lo que nos hace acep­tar la que se adap­ta a nues­tros pre­jui­cios, y recha­zar otra que no corres­pon­de a nues­tra sen­si­bi­li­dad. No nos acer­ca­mos a una tra­di­ción como quien hace la com­pra. No ele­gi­mos una tra­di­ción, es ella quien final­men­te la que nos des­li­za en su corrien­te cuan­do se aban­do­na toda direc­ción. La con­di­ción es el ins­tan­te, la mira­da no impli­ca­da. Todo lo demás ha sido aña­di­do. La tra­di­ción vive sólo en este ins­tan­te, a sal­vo de todo futu­ro. El res­to es tradicionalismo.
La tra­di­ción no tie­ne his­to­ria, ni pasa­do, ni futu­ro, ni repre­sen­tan­te. No hay quien la encar­ne: es el esta­do de asom­bro. Nada más pue­de representarla.

Antes dijis­te algo muy her­mo­so sobre el hecho de que no es tan­to el pasa­do lo que cons­ti­tu­ye un pro­ble­ma, sino que el obs­tácu­lo es depen­der del futu­ro. En ese sen­ti­do, ¿la pala­bra «tra­di­ción» se hun­de sobre todo en el pasado?

Sí. Final­men­te, no pode­mos pen­sar en el pasa­do sin pro­yec­tar un futu­ro. Hay una corrien­te que vive en el ins­tan­te. Quien la vive no pue­de saber obje­ti­va­men­te que la vive. Por supues­to, la expre­sión de las tra­di­cio­nes inclu­ye cier­tas tona­li­da­des, pero el pig­men­to esen­cial que cubre a todas ellas es el del silen­cio. Si uno se fija en un color par­ti­cu­lar, se con­vier­te en un come­ti­do. El acer­ca­mien­to a la liber­tad no debe con­ver­tir­se en una bús­que­da de infor­ma­ción. La infor­ma­ción es siem­pre para mane­jar algún futuro.

En la prác­ti­ca cor­po­ral, habla­mos de sen­sa­cio­nes, per­cep­cio­nes, para estar aten­tos. ¿Pode­mos saber qué nivel de nues­tra cor­po­ra­li­dad abor­da cada uno de estos aspectos?

La cor­po­ra­li­dad no tie­ne nive­les. Los nive­les per­te­ne­cen a la men­te, a la inten­ción. Es el mie­do el que crea el con­cep­to de ‘nivel’, el que crea la direc­ción para ir a algún lugar. Des­de el pun­to de vis­ta del sen­ti­mien­to, no hay a dón­de ir. Todas las direc­cio­nes per­te­ne­cen a la men­te. Los con­cep­tos y los enfo­ques espi­ri­tua­les per­te­ne­cen a la men­te. Es un ale­ja­mien­to. Des­de el pun­to de vis­ta de este sen­ti­mien­to, nos entre­ga­mos cla­ra­men­te a la evi­den­cia. En ese momen­to, todo recla­mo de ir hacia cual­quier futu­ro es disi­pa­do. El cuer­po del deseo, el cuer­po del mie­do, el cuer­po de la ansie­dad son eli­mi­na­dos. Cuan­do estos cuer­pos se reab­sor­ben, apa­re­ce otro cuer­po, un cuer­po de elas­ti­ci­dad, de luz, de silen­cio: el cuer­po adámico.
El cuer­po no se refie­re al psi­quis­mo, ni a que­rer ser algo o alguien, por­que que­rer ser algo o alguien es una direc­ción, una inten­ción. Duran­te la sen­si­bi­li­za­ción cor­po­ral, estás en un «no sé». Es en este momen­to cuan­do los cuer­pos esque­má­ti­cos se refie­ren a su ori­gen, que es esta no-inten­ción. Enton­ces estos cuer­pos esque­má­ti­cos se des­per­ta­rán. Su par­te más sutil refle­ja cla­ra­men­te el silen­cio. En el enfo­que, o fal­ta de él, de la tra­di­ción de Cache­mi­ra, la prác­ti­ca cor­po­ral con­sis­te úni­ca y cons­cien­te­men­te en entre­gar­se a esta no-direc­ción. En ese momen­to, todo aparece.

Man­ju­vaj­ra-Man­dal, Siglo XI, Perío­do Pala

En lo que has dicho recien­te­men­te, no men­cio­nas­te la pala­bra «sen­sa­ción», ni la pala­bra «per­cep­ción». Pue­de que toda­vía haya una dis­tin­ción en el no-enfoque?

Estas son pala­bras que apun­tan a algo. El cuer­po es sólo sen­so­ria­li­dad. El mun­do en sí no exis­te. El mun­do se ve, se per­ci­be, se escu­cha y se sien­te. El cuer­po es sólo un sen­ti­mien­to. No se pien­sa a sí mis­mo, no se com­pren­de a sí mis­mo. Es en esta no-expec­ta­ti­va, esta no-direc­ción don­de pue­de ope­rar una mira­da espi­ri­tual, en la sim­pli­ci­dad de evo­car lo que está allí. El voca­bu­la­rio tie­ne muy poca impor­tan­cia. Debe­mos libe­rar­nos de toda pre­ci­sión de voca­bu­la­rio, de todo lo que sea un con­cep­to. Ahí no hay lugar para nin­gún movi­mien­to, para una com­pren­sión, para lle­gar o para des­per­tar. La per­cep­ción des­pier­ta y se reab­sor­be en lo escu­cha­do. Per­ma­ne­ces a sabien­das en este silen­cio, libre de toda forma.

Cesar el cues­tio­na­mien­to no es nece­sa­ria­men­te una no-volun­tad para lle­gar a nada. No debe­mos dejar de pre­gun­tar por­que se nos diga que, al pre­gun­tar, vamos hacia algo. Al no cues­tio­nar, toda­vía pode­mos seguir en una direc­ción, en el sen­ti­do de que toda­vía que­re­mos lograr algo. ¿Pero pode­mos lle­gar allí sin cuestionar?

Cla­ra­men­te. Es la vida la que nos cues­tio­na. Cues­tio­nar es una fal­ta de pers­pec­ti­va que reve­la que hay un pro­ble­ma. Nues­tro cuer­po lo va a notar. No hay nada que hacer. La vida se encar­ga de dis­pen­sar el cues­tio­na­mien­to nece­sa­rio. Estas son las cosas que te atrae­rán, es la vida la que te lla­ma, te pre­gun­ta, te sugie­re, te rue­ga que mires, que escu­ches. El cuer­po, la sen­sa­ción, se impo­nen de mane­ra natural.
La estruc­tu­ra de los hue­sos, los ner­vios, cada ele­men­to fisio­ló­gi­co nace y está ela­bo­ra­do de sen­ti­mien­to. El mun­do es sen­ti­do. No tie­nes abso­lu­ta­men­te nada que hacer para sen­tir, úni­ca­men­te te das cuen­ta de que uno camu­fla, se aton­ta, se resis­te a este sentimiento.
Vivi­mos en una pro­yec­ción. El sen­ti­mien­to se refie­re al momen­to. En el momen­to, no hay direc­ción. Es en la no-direc­ción don­de este sen­ti­mien­to pue­de ser real­men­te expre­sa­do. Cuan­do vamos hacia algún lugar o vivi­mos pen­san­do, el sen­ti­mien­to es limi­ta­do. Cada paso, cada direc­ción limi­ta inme­dia­ta­men­te el sen­ti­mien­to, lo trans­for­ma en obje­to, lo redu­ce a una expre­sión cari­ca­tu­res­ca. Es sólo una cues­tión de espe­ra sin espe­rar nada, de estar dis­po­ni­ble. Cuan­do aban­do­nas el cues­tio­na­mien­to, es la vida la que te cuestiona.
El Maes­tro Eckhart habla del hom­bre que no sabe nada, que no tie­ne nada ni quie­re nada, esta humil­dad se con­vier­te en la base de toda transformación.
Sólo pode­mos refe­rir­nos al pasa­do. No pode­mos con­ce­bir lo nue­vo. Cual­quier pers­pec­ti­va que tra­tes de esta­ble­cer sólo pue­de pro­yec­tar el pasa­do. En cier­tas tra­di­cio­nes que no quie­ro nom­brar, el con­cep­to de des­per­tar no es más que la pro­yec­ción de lo cono­ci­do ves­ti­da de posi­bi­li­da­des, trans­for­ma­cio­nes, reju­ve­ne­ci­mien­tos infantiles.
Es en esta humil­dad, de la que habla el Maes­tro Eckhart, don­de uno se da cuen­ta de que todo lo que empren­de siem­pre nos devuel­ve al ori­gen de la empre­sa. El ori­gen de la empre­sa es la ausen­cia de con­te­ni­do. Lo que vie­ne de la caren­cia vuel­ve a carecer.
A menu­do, el pseu­do-camino espi­ri­tual con­sis­te en aumen­tar las capa­ci­da­des físi­cas, psí­qui­cas y espi­ri­tua­les de una per­so­na de acuer­do con el esti­lo de cul­tu­ra en el que sur­ge. Esta dila­ta­ción, que se pre­sen­ta como lo esen­cial, siem­pre con­du­ce a un esta­do de caren­cia. En esta escu­cha de la que habla­mos, uno se da cuen­ta de que fun­cio­na como una máqui­na, como un sis­te­ma. Un no-saber no anti­ci­pa un cono­ci­mien­to, no pro­yec­ta un cono­ci­mien­to, tam­po­co es un medio: sólo hay una mira­da sor­pren­di­da. De esta mane­ra, lo que se lla­ma el mun­do, el cuer­po, ya no es una expli­ca­ción. Es el cuer­po lo que se reve­la en ti. Esta humil­dad es la base de toda percepción.

¿Cuál sería una ver­da­de­ra disposición?

Una dis­po­si­ción ver­da­de­ra es per­ci­bir que todas las dis­po­si­cio­nes retor­nan a la memo­ria, que, en todas las dis­po­si­cio­nes, lo que abso­lu­ta­men­te va a ser libe­ra­do es el mie­do, que es quien recha­za cons­tan­te­men­te el ins­tan­te pre­sen­te. De algún modo, esta­mos tra­tan­do de alcan­zar un des­per­tar. Es una estra­te­gia como cual­quier otra. En nues­tra acti­tud de cons­ta­ta­ción —don­de no se encuen­tra lo que bus­cas— la ener­gía, que rebu­lle cons­tan­te­men­te en esta­do de vigi­lia, es uti­li­za­da para atraer, pre­ve­nir, atra­par, cal­mar. Este apa­ci­gua­mien­to per­mi­te la posi­bi­li­dad de inti­mar con este no-saber. En Orien­te se lla­ma escu­char, que es la for­ma de decir­lo más popu­lar. Es en esta escu­cha don­de se resuel­ve todo lo que podría ser con­flic­ti­vo, redu­ci­ble a con­cep­to. Es una mira­da que no se ve. Toda per­cep­ción apun­ta a esa mira­da. La dis­po­si­ción es una pro­fun­da con­vic­ción de que lo que uno está bus­can­do no está en un plano fenoménico.
En un momen­to del día, qué­da­te libre de toda direc­ción. Toma cons­cien­cia de la ten­den­cia que tene­mos de estar siem­pre en algún lugar, hacien­do pro­yec­tos. Per­ma­ne­ce unos ins­tan­tes sin hacer nada, sin medi­tar ni hacer esto o aque­llo, sin hacer real­men­te nada. ¿Qué pasa cuan­do no hace­mos nada, cuan­do no somos nada? Que todo está hecho. El cuer­po, que ha sido con­ti­nua­men­te ato­si­ga­do, comien­za a hablar. Para que él hable, hay que callar. Mien­tras exis­ta una direc­ción, la direc­ción amor­da­za­rá el cuer­po. En ausen­cia de direc­ción, el cuer­po se con­vier­te en lo que es: un cuer­po sin refe­ren­cia. De ins­tan­te en ins­tan­te, escu­char el cuer­po no tie­ne pasa­do, no tie­ne futuro.

¿Es como empu­ja­do por una ener­gía de fondo?

Sí. Hay una ener­gía de cele­bra­ción, no una ener­gía de desarrollo.

¿Esto no es la iluminación?

Es la humil­dad, el pre­sen­ti­mien­to de la no-direc­ción, es un no-acon­te­ci­mien­to. Todo lo que pasa for­ma par­te de la inten­ción, de la memo­ria. Es una aper­tu­ra que, por otro lado, está en el ori­gen de la memo­ria, del acon­te­ci­mien­to. Un acon­te­ci­mien­to no pue­de sig­ni­fi­car dicha aper­tu­ra. El ori­gen de la bús­que­da espi­ri­tual es esta aper­tu­ra que per­mi­te que la belle­za se expre­se, se des­plie­gue. Es un no-saber que per­mi­te que el pre­sen­ti­mien­to flo­rez­ca en el espa­cio-tiem­po. La bús­que­da espi­ri­tual es la expre­sión de la humildad.
La creen­cia de que esta aper­tu­ra, esta humil­dad, son el resul­ta­do de un pro­ce­so, es mera cari­ca­tu­ra. No pode­mos com­prar el silen­cio, ni atra­par la alegría.

Muje­res dan­zan­do. Mez­cla de esti­los mogol y raj­put, aprox. de Siglo XVIII

¿Por qué siem­pre sugie­res vivir «sen­so­rial­men­te»?

La úni­ca mane­ra de libe­rar­se de una per­tur­ba­ción emo­cio­nal es sen­tir­la. En gene­ral, los seres huma­nos pien­san en su emo­ti­vi­dad; en este nivel, la liber­tad no es posi­ble. Es en el ámbi­to del mie­do, la ira, la ansie­dad, los celos o la cul­pa don­de la emo­ti­vi­dad es libe­ra­da. La emo­ti­vi­dad es corporal.

¿Es ella tan mental?

La men­te es una expre­sión del cere­bro. El pen­sa­mien­to tie­ne su pro­pia belle­za, pero no tie­ne la capa­ci­dad de libe­rar­nos de las emo­cio­nes. El pen­sa­mien­to pue­de pos­po­ner cier­tos ele­men­tos, pero no pue­de lle­var a una ver­da­de­ra inte­gra­ción de la emo­ti­vi­dad. Pue­des leer un her­mo­so libro sobre Zen, con­ver­tir­te en budis­ta y olvi­dar tem­po­ral­men­te tu eno­jo o ansie­dad, pero las emo­cio­nes vol­ve­rán. Aho­ra bien, si te vuel­ves dis­po­ni­ble sen­sual­men­te, real­men­te habrá una aper­tu­ra para las emociones.
Por supues­to, el pen­sa­mien­to tie­ne su lugar, pero el pen­sa­mien­to que pro­vie­ne de la emo­ti­vi­dad está con­ta­mi­na­do. La espi­ri­tua­li­dad de moda pro­po­ne este o aquel ejer­ci­cio para libe­rar­se de la emo­ti­vi­dad; esto vie­ne de un pen­sa­mien­to con­ta­mi­na­do. Un pen­sa­mien­to que vie­ne del cora­zón pro­fun­do expre­sa la her­mo­su­ra de las cosas. La emo­ción fun­da­men­tal de ser coexis­te, pero no está suje­ta a la res­tric­ción de ser una per­so­na. El pen­sa­mien­to que ema­na del cora­zón es acce­si­ble sólo en liber­tad fren­te a su pro­pia emotividad.

Al escu­char­te, sur­ge un pro­ble­ma: el de man­te­ner la idea de ser alguien. Si el pro­ble­ma es tal, ¿cómo pue­den las per­so­nas sen­si­bles y sen­sa­tas lle­gar a tener una idea semejante?

Des­de el pun­to de vis­ta de la India tra­di­cio­nal, un ser sen­sa­to no se refie­re a la ima­gen de ser una per­so­na. Este es el valor fun­da­men­tal de estas gen­tes. En las socie­da­des moder­nas, un hom­bre sen­sa­to es aquel que logra hacer una for­tu­na. Es a él a quien se le pide con­se­jo: es vis­to como un hom­bre rea­li­za­do. En Orien­te, un hom­bre sen­sa­to está libre de sí mis­mo. Es por eso que en el arte orien­tal se pue­de ver un rey incli­na­do ante un asceta.

Cuan­do hablas de la India tra­di­cio­nal, es muy her­mo­so, pero ese rin­cón del pla­ne­ta no pare­ce estar hacién­do­lo mejor que en Occidente…

Tie­nes razón. No es una cues­tión de poder o de polí­ti­ca, sino de la estruc­tu­ra inter­na de la socie­dad india. Cuan­do una estruc­tu­ra social ha sido vio­la­da duran­te siglos, ha sido prohi­bi­da por los musul­ma­nes y los ingle­ses, no pue­de sor­pren­der­nos dema­sia­do la fal­ta de bri­llan­tez de su fuer­za ori­gi­nal. En la actua­li­dad, las per­so­nas en el poder en la India han sido fabri­ca­das por socie­da­des moder­nas, por uni­ver­si­da­des ingle­sas. No hay nada natu­ral en ello. Por supues­to, el indio no es más espi­ri­tual que el cana­dien­se, el que­be­quen­se, el esta­dou­ni­den­se o el fin­lan­dés. Yo hacía refe­ren­cia a una socie­dad tra­di­cio­nal cuyo fin gra­vi­ta­ba en la libe­ra­ción de uno mis­mo, en lugar del éxi­to finan­cie­ro. En las socie­da­des euro­peas o ame­ri­ca­nas, el éxi­to con­sis­te en la pose­sión. No es una crí­ti­ca, es una cons­ta­ta­ción. Uno pue­de vivir en una socie­dad sin apro­piar­se nece­sa­ria­men­te de los con­cep­tos polí­ti­cos, mora­les o filo­só­fi­cos, como tam­po­co debe­ría apro­piar­se de los con­cep­tos de la socie­dad india.
Todas las socie­da­des tie­nen sus con­cep­tos, sus debi­li­da­des y sus injus­ti­cias, así como sus cua­li­da­des y, en el fon­do, eso no cuen­ta. Lo que final­men­te es con­ve­nien­te es aque­llo que tie­ne la capa­ci­dad de esti­mu­lar una bús­que­da pro­fun­da en noso­tros, y eso no depen­de de la socie­dad. No tene­mos que acep­tar o recha­zar esta o aque­lla socie­dad; aun­que uno pue­de pre­gun­tar­se por qué esta o aque­lla socie­dad está siem­pre en gue­rra, inmer­sa en revuel­tas, o por qué siem­pre expre­sa res­tric­cio­nes. Una per­so­na sen­si­ble es una per­so­na sin refe­ren­cia, y eso no depen­de de un con­tex­to social, cul­tu­ral o político.

¿Cómo expli­cas que un eru­di­to capaz de escri­bir sobre las gran­des tra­di­cio­nes orien­ta­les, tam­bién pue­da incli­nar­se ante un gurú cualquiera?

La cues­tión no es que un hom­bre se haya gra­dua­do en gran­des uni­ver­si­da­des, entien­da per­fec­ta­men­te el sáns­cri­to y haya demos­tra­do su com­pe­ten­cia para tra­du­cir tex­tos de la India de mane­ra sen­si­ble, mos­tran­do por tan­to una ver­da­de­ra madu­rez. Pue­de ser com­pe­ten­te, crea­ti­vo en su terreno, pero ser emo­cio­nal­men­te inade­cua­do. El pen­sa­mien­to, inclu­so en el nivel abs­trac­to, no está rela­cio­na­do con la afec­ti­vi­dad. Inda­ga en la vida de los gran­des cien­tí­fi­cos y verás. La India tra­di­cio­nal no sepa­ra el pen­sa­mien­to de la afec­ti­vi­dad. Lo que hace vivir al ser humano es la emo­ción, no el pen­sa­mien­to. Es sólo cuan­do uno está abier­to a las emo­cio­nes fun­da­men­ta­les, cuan­do el pen­sa­mien­to pue­de ser por­ta­dor de emo­ción, de luz y belle­za. El pen­sa­mien­to no per­mi­te nada, es una dege­ne­ra­ción. Una per­so­na sen­si­ble es alguien que vive en armo­nía con sus emo­cio­nes: cono­ce sus mie­dos, sus ansie­da­des, sus celos, sus cul­pas, y está com­ple­ta­men­te en paz con ello. Cuan­do alguien se abre a sus emo­cio­nes, deja sus exten­sio­nes pato­ló­gi­cas, se vuel­ve poé­ti­co. En lugar de tener mie­do de su mie­do, escri­be sobre el mie­do, pin­ta sobre el mie­do, hace músi­ca sobre el miedo.
El pen­sa­mien­to no tie­ne lugar en la com­pren­sión. Como deci­mos en Orien­te, la com­pren­sión es ser la com­pren­sión mis­ma; nada se com­pren­de, nadie com­pren­de. Ser la com­pren­sión no está rela­cio­na­do con el pen­sa­mien­to, es una emo­ción fun­da­men­tal. Todo lo que ha sido escri­to por los maes­tros de las gran­des tra­di­cio­nes ha sur­gi­do de esta no-refe­ren­cia. Cuan­do lees el ser­món Bea­ti pau­pe­res spi­ri­tu del Maes­tro Eckhart, encuen­tras que este tex­to pro­vie­ne del no-pen­sa­mien­to. Todo lo que es muy pro­fun­do en la vida nace de una emo­ción. El pen­sa­mien­to es sólo una herra­mien­ta: cuan­do el pen­sa­mien­to es fun­cio­nal, tie­ne su pro­pia belle­za; pero cuan­do sale de su con­tex­to fun­cio­nal, se con­vier­te en un obstáculo.

Shi­va como Mrit­yun­ja­ya, El con­quis­ta­dor de la muer­te, escul­tu­ra en pie­dra negra, Siglo XII, India Oriental

¿Pue­des hablar­nos sobre la rela­ción maestro-discípulo?

No hay rela­ción ya que no hay maes­tro. En Orien­te, uno lla­ma «maes­tro» a alguien que no tie­ne nin­gu­na refe­ren­cia de sí mis­mo. Pen­sar­se a sí mis­mo como un maes­tro intro­du­ce una refe­ren­cia. Sin una ima­gen de sí mis­mo, no toma a la per­so­na que vie­ne a ver­lo por un dis­cí­pu­lo. Por tan­to, debi­do a que no es toma­do por nada en par­ti­cu­lar, el dis­cí­pu­lo aban­do­na la idea de ser un dis­cí­pu­lo. La ima­gen del maes­tro está vin­cu­la­da a la del dis­cí­pu­lo y la del dis­cí­pu­lo a la del maes­tro. Toda ima­gen o idea es una limitación.
Cuan­do un dis­cí­pu­lo no es toma­do por dis­cí­pu­lo, ya no toma a su maes­tro por maes­tro; que­da libre de estas imá­ge­nes. Fun­da­men­tal­men­te com­pren­de la no-dife­ren­cia, la uni­dad. No hay rela­ción posi­ble. La rela­ción maes­tro-dis­cí­pu­lo es una for­ma de roman­ti­cis­mo. Obvia­men­te, esto exis­te en la ense­ñan­za del yoga, en la ense­ñan­za de la músi­ca o la pin­tu­ra. En el arte del yoga, hay trans­mi­sión. Se trans­mi­te infor­ma­ción, un áni­mo, una ener­gía, una capa­ci­dad. Para apren­der piano, poe­sía, pin­tu­ra, un maes­tro da con­se­jos. Se nace músi­co o poe­ta; en Orien­te hay que apren­der las reglas del arte de la poe­sía como se apren­den las de la músi­ca. ¡Es ver­da­de­ra­men­te un arte, por­que apren­der a expre­sar, estu­diar cosas sin refe­ren­cia, sin mane­ra, es un arte!
En lo que con­cier­ne a nues­tro ser pro­fun­do, no hay nada que trans­mi­tir por­que no está en el exte­rior. La rela­ción maes­tro-dis­cí­pu­lo es impo­si­ble en este nivel. El maes­tro es el que tie­ne esta pro­fun­da con­vic­ción de que no es nada, de que no sabe nada y no quie­re nada. Cuan­do una per­so­na lle­ga a visi­tar­lo con su pro­ce­sión de pro­yec­cio­nes, el maes­tro ilu­mi­na­rá gra­dual­men­te, des­de el pun­to de vis­ta de la no-refe­ren­cia, las dife­ren­tes eta­pas de la vida del dis­cí­pu­lo. El dis­cí­pu­lo se refe­ri­rá cada vez menos a su pro­pia opi­nión, a sus pro­pios con­cep­tos. Sur­ge una situa­ción y es refe­ri­da a la tota­li­dad. Lo que el dis­cí­pu­lo encuen­tra en el maes­tro es a él mis­mo. De modo que nada se le pue­de trans­mi­tir. Esto no tie­ne nada que ver con todo el roman­ti­cis­mo, todas las emo­cio­nes, las lágri­mas, todos los bal­bu­ceos que uno encuen­tra en la India pseudo-tradicional.
El ense­ñan­te enfa­ti­za en el alumno la auto­no­mía, la no-dife­ren­cia, el silen­cio entre las per­cep­cio­nes, entre los pen­sa­mien­tos, entre los esta­dos. En ese momen­to, el estu­dian­te se da cuen­ta de que no es el cuer­po, la men­te o la sen­so­ria­li­dad. El docen­te le recor­da­rá que el cuer­po, el espí­ri­tu, viven en la con­cien­cia, en el espa­cio. Es por esto que un ver­da­de­ro alumno no pue­de pre­sen­tar­se como alumno de un maes­tro. Un ver­da­de­ro alumno no sabe que él es el alumno de un maes­tro; si lo sabe, no es un ver­da­de­ro alumno: toda­vía hay una refe­ren­cia. Un ver­da­de­ro maes­tro no tie­ne dis­cí­pu­los por­que no se toma por un maes­tro. Un maes­tro que tie­ne alum­nos, un alumno que tie­ne un maes­tro, sigue sien­do un cir­co. Esto ten­drá un valor en el arte, en el yoga o en la edu­ca­ción musi­cal, pero no en la bús­que­da fundamental.

La expe­rien­cia de lo sagra­do, sin embar­go, ins­pi­ra el don del cora­zón, una rela­ción devo­cio­nal a veces con un maestro…

Lo sagra­do es una no-expe­rien­cia que está en el ori­gen de toda expe­rien­cia. Uno nun­ca pue­de expe­ri­men­tar lo sagra­do por­que es la esen­cia de las cosas. Pue­des expe­ri­men­tar lo no-sagra­do, pero no pue­des expe­ri­men­tar lo sagrado.
Pue­des ver cons­cien­te­men­te todo lo que es pro­fano en ti: la inten­ción, la codi­cia, todo lo que está por lle­gar a ser, pero nun­ca pue­des ver en ti lo que es fun­da­men­tal, lo que es sagra­do. Por­que no es un obje­to de expe­rien­cia: es la luz que pre­si­de todas las expe­rien­cias. Por eso nun­ca pue­des decir: «Lo sé, lo conoz­co.» Cuan­do dices: «No lo sé, no lo conoz­co», te refie­res a ese pro­fun­do cono­ci­mien­to que nun­ca pue­de ser un obje­to. Pero cuan­do dices: «Lo sé», insul­tas a lo sagra­do, que no es un cono­ci­mien­to redu­ci­ble a idea. La devo­ción es una expre­sión de lo sagra­do, pero no es un medio. Cuan­do tie­nes una pro­fun­da sen­sa­ción de silen­cio en ti, te sor­pren­den las expre­sio­nes de ese silen­cio. En un plano feno­mé­ni­co, es cier­to que encon­tra­rás que cier­tas expre­sio­nes están más cer­ca que otras del silen­cio. Las músi­cas, los luga­res y los seres nos per­mi­ten sen­tir más silen­cio. Tu afec­to, tu sim­pa­tía por estos luga­res, por estas gen­tes, por estas músi­cas, pue­de lla­mar­se devo­ción, pero en últi­ma ins­tan­cia hacen refe­ren­cia a lo que está detrás de estos elementos.
Lo que dices es cier­to, pero no pro­vie­ne de una rela­ción per­so­nal. Cuan­do estás des­lum­bra­do por un tem­plo, una músi­ca, una obra de arte, estás atra­pa­do por lo que titi­la detrás de la músi­ca o el tem­plo. Si te encuen­tras con un maes­tro, no es la per­so­na que expre­sa la ver­dad lo que te toca, sino la ver­dad por deba­jo de la per­so­na. En la India, cuan­do tocas los pies de un gurú, no te incli­nas ante una per­so­na, sino ante la ver­dad. Una reve­ren­cia a Sri Nisar­ga­dat­ta Maha­raj, Anan­da Moyi, Gopi­nath Kavi­raj tenía sen­ti­do. Sin embar­go, cuan­do cono­cí a mi maes­tro en Euro­pa, este ges­to que­da­ba fue­ra de lugar. La expre­sión de res­pe­to depen­de del con­tex­to en la que se vive. El ver­da­de­ro res­pe­to es a la uni­dad, es sen­tir­se «uno» con lo que respetas.
En ese momen­to todo se con­vier­te en tu maes­tro, todas las per­cep­cio­nes son una exten­sión de la con­cien­cia: todo lo que escu­chas, ves, tocas, no es otra cosa que eso. En un momen­to dado, la devo­ción que tie­nes por un maes­tro, por un tem­plo, por un dios o por una músi­ca, sur­gi­rá libre de toda reduc­ción a un obje­to; enton­ces ten­drás esta devo­ción por todos los seres, por todos los dio­ses y por todos los sen­ti­dos por­que, pro­fun­da­men­te, no habrá dife­ren­cia entre ellos.

¿El res­pe­to es par­te del acto de adoración?

Es un res­pe­to por la vida, por el silen­cio que se ha sen­ti­do y no por la cosa en sí mis­ma. Todo lo que nace mue­re. Cuan­do res­pe­tas una for­ma, no es la for­ma en sí lo que res­pe­tas, sino lo que está por deba­jo, lo que es eterno. El res­pe­to es úni­ca­men­te por el pre­sen­ti­mien­to del silen­cio. Por exten­sión, por supues­to, res­pe­tas todas las expre­sio­nes del mun­do: ani­ma­les, plan­tas, huma­nos. Son la pro­lon­ga­ción de la vida. Tra­ta a tu pró­ji­mo como tra­tas a tu maes­tro; lo con­tra­rio demues­tra que algo no está cla­ro en ti.

Cuan­do hablas de auto-des­cu­bri­mien­to, sin embar­go, dices «mi maes­tro», ¿cuál es el sentido?

No tie­ne sentido.

¿La unión del «tes­ti­go» fren­te a las emo­cio­nes tie­ne una rela­ción con el maes­tro y el dis­cí­pu­lo? Detrás de las emo­cio­nes, ¿esta­ría el sí-mismo?

Si dejas la emo­ción com­ple­ta­men­te libre, tar­de o tem­prano se refe­ri­rá al silen­cio. La rela­ción maes­tro-dis­cí­pu­lo es informulable.
No pue­des expli­car qué es el amor. Es un sen­ti­mien­to de uni­dad que no se refie­re a una cosa, un con­tex­to o una situa­ción. El maes­tro es quien te hace sen­tir esta no-dife­ren­cia, quien te libe­ra de la idea de ser algo. Cuan­do vas a ver­lo con pre­jui­cios sobre la vida —el prin­ci­pal pre­jui­cio es el de que hay una meta que alcan­zar, algo de lo que tie­nes que libe­rar­te— el maes­tro te mues­tra que lo que eres pro­fun­da­men­te no está en un deve­nir, no está por delan­te de ti. Don­de­quie­ra que vayas, hagas lo que hagas, sólo darás con un con­cep­to, sólo encon­tra­rás la memo­ria, cons­tan­te­men­te vol­ve­rás tu cabe­za hacia otro lugar y no verás lo que está detrás de ti. El maes­tro no te trae pala­bras o expli­ca­cio­nes, sino su silen­cio. Al prin­ci­pio, lo más lla­ma­ti­vo es su silen­cio, des­pués este silen­cio se con­vier­te en tu silen­cio. Por tan­to, es en ese silen­cio don­de hay trans­mi­sión: nadie trans­mi­te, nada se trans­mi­te sino que hay trans­mi­sión. Un maes­tro que habla, acon­se­ja, expli­ca, eso siem­pre será algo aña­di­do, por­que su ver­da­de­ra fun­ción es esti­mu­lar en ti este silen­cio. A veces usa­rá la pala­bra, el ges­to, pero cuan­do te ale­jas de él, te que­das en este silen­cio. En un momen­to dado, no nece­si­ta­rás ir a ver­lo por­que el silen­cio esta­rá pre­sen­te. Te sien­tas en tu habi­ta­ción y el silen­cio está ahí. Tu maes­tro tam­bién está allí, no como per­so­na, sino como silen­cio. Lo sabes sin saberlo.
Cuan­do eres el alumno, no lo sabes obje­ti­va­men­te. ¡Un pro­fe­sor nun­ca te dirá: «Ahí estás, tú eres mi alumno!» ¡Esto es com­ple­ta­men­te arti­fi­cial! Él nun­ca defi­ne las cosas. Él es tu ami­go. No nece­sa­ria­men­te tene­mos que hablar entre noso­tros, o inclu­so cono­cer­nos; está bas­tan­te más allá de los tér­mi­nos feno­mé­ni­cos. Él no está sor­pren­di­do de cono­cer­te. Cuan­do lo dejas, en cier­to plano, él no te deja. No está rela­cio­na­do con lo que apa­re­ce o des­apa­re­ce. No tie­nes que reco­no­cer­lo. Cuan­do dices «Ahí está, ese es mi maes­tro», y pones su foto sobre tu escri­to­rio, esto sigue sien­do arti­fi­cial, una for­ma de romanticismo.
Estas cosas deben evi­tar­se, pues­to que siguen reve­lan­do un inten­to de situar­se en algún lugar. Per­te­ne­cer a una tra­di­ción, reci­bir una ense­ñan­za es toda­vía una pro­gra­ma­ción. No hay nada que reci­bir y nada que seguir. Regre­sa a casa. No eres nada. En esta nada, todo lo que es nece­sa­rio se actua­li­za. No hay acci­den­te. No debes bus­car algo; todo lo nece­sa­rio está a tu alre­de­dor. Per­mi­te que el silen­cio se actualice.

Com­ba­te de ele­fan­tes – Pin­tu­ras de Raj­put del siglo XVII

¿Cómo pue­de uno tener con­fian­za en sí mis­mo con todo lo que está suce­dien­do en la socie­dad en este momento?

Tie­nes que con­fiar: no con­fian­za en tu per­so­na, sino con­fian­za. Es nues­tro jui­cio, nues­tra opi­nión lo que hace que la socie­dad parez­ca opri­mir­nos y limi­tar­nos. La socie­dad es lo que crea­mos en cada momen­to. En nues­tro sen­ti­mien­to de socie­dad, con­cre­ta­mos de una for­ma u otra la ira, el mie­do, la ansie­dad pre­sen­te en noso­tros. La con­fian­za es el pre­sen­ti­mien­to de lo divino. No pue­des con­fiar en ti. Un «sí-mis­mo» siem­pre debe ser cuestionado.
La con­fian­za en uno mis­mo es una mala direc­ción. Sólo con­fía, ten la mis­ma con­fian­za que cuan­do te acues­tas. Cuan­do te das a un sue­ño pro­fun­do con­fías, abdi­cas com­ple­ta­men­te. Cuan­do te levan­tas por la maña­na, tie­nes la mis­ma con­fian­za en el día, no con­fiar en que el día se desa­rro­lle según el dise­ño de lo que pre­ten­des, por supues­to que no, pero sí en que todo lo que ocu­rre par­ti­ci­pa del flu­jo de la vida. Estás abier­to, sin comen­ta­rios, sin que­rer cam­biar nada. Enton­ces ves que lo que pare­cía injus­to, abe­rran­te, mons­truo­so en la socie­dad, no podía ser de otra manera.

Maha­ka­la, Siglos XI-XII, Perío­do Pala, escul­tu­ra en pie­dra negra

No pue­des expre­sar a cada momen­to lo que eres. Todo tu cuer­po, tu psi­que, toda tu estruc­tu­ra expre­san cons­tan­te­men­te el silen­cio. Gene­ral­men­te, blo­quea­mos esta expre­sión. La natu­ra­le­za del cuer­po es la salud. La natu­ra­le­za de la psi­que es la tran­qui­li­dad. La natu­ra­le­za de tus sen­ti­dos, muy pro­fun­da­men­te, es la admi­ra­ción, la ado­ra­ción. Cuan­do acen­túas este o aquel ele­men­to, te tomas por una enti­dad per­so­nal; cuan­do te enfo­cas en lo per­so­nal en lugar de ado­rar lo esen­cial, ado­ras obje­tos, seres, situa­cio­nes. Enton­ces se per­vier­te la colo­ra­ción. En lugar de res­pe­tar los obje­tos, res­pe­ta el ori­gen de los obje­tos. Cuan­do te libe­ras de la idea de ser cual­quier cosa, cuan­do te entre­gas a ti mis­mo en el día, cuan­do no eres abso­lu­ta­men­te nada, sin futu­ro, sin ser, ves la natu­ra­le­za pro­fun­da de la devo­ción, de la ado­ra­ción, que es la esen­cia del cuer­po y la psi­que, cobras vida. Cons­tan­te­men­te expre­sas asom­bro, expre­sas amor en todas sus for­mas, por­que todas las for­mas cele­bran lo que no tie­ne for­ma. El amor de todos los soni­dos y todas las músi­cas cele­bra el silen­cio. Es sólo en esta pro­fun­da com­pren­sión, cuan­do no tie­nes un ser, que esta expre­sión se hace posi­ble. De lo con­tra­rio, ado­ras obje­tos o situa­cio­nes, y es una for­ma de per­ver­sión. La natu­ra­le­za pro­fun­da del cuer­po y la psi­que es la cele­bra­ción. La expi­ra­ción es ofren­da, dan­za. Ofre­ces lo que no eres al silen­cio. Este silen­cio se refle­ja en for­ma de gra­cia en toda su estruc­tu­ra. De ese modo, la res­pi­ra­ción es cons­tan­te­men­te esta ofren­da y este retorno. Toda la estruc­tu­ra del cuer­po se basa en ese inter­cam­bio. El pen­sa­mien­to no inten­cio­na­do, que sur­ge del silen­cio, es la ado­ra­ción, ya que todos los intér­pre­tes de las dife­ren­tes tra­di­cio­nes siem­pre han escri­to ala­ban­zas, inclu­so maes­tros no dua­lis­tas como Shankarāchārya o Abhinavagupta.
La esen­cia de sus tra­ba­jos siem­pre ha sido un elo­gio para lo que son, por­que a nivel feno­mé­ni­co el elo­gio es la máxi­ma expre­sión. Para que esta ala­ban­za se vuel­va cons­cien­te, debe­mos dejar de ala­bar lo que es rela­ti­vo, limi­ta­do. Cuan­do uno vive en un deve­nir, elo­gia obje­tos, exal­ta situa­cio­nes; en ese momen­to, real­men­te no hay lugar para expre­sar lo que somos. En ausen­cia de una ima­gen de ti mis­mo, encuen­tras todo el espa­cio para expre­sar­te sin restricciones.

Ya has dicho que todos tie­nen un rol, ya sea de bar­be­ro o de filó­so­fo. ¿Cómo sabe­mos qué rol tene­mos que jugar?

En nin­gún momen­to podrás evi­tar el desem­pe­ño de tu rol. Lo que hagas en el ins­tan­te es apro­pia­do. No eli­ges el cuer­po que tie­nes, ni la mor­fo­lo­gía de tu ros­tro. En la vida, no has ele­gi­do tus enfer­me­da­des, tus éxi­tos, tus fra­ca­sos. Todo te es dado. Res­pec­to a tu rol es lo mis­mo. No pue­des con­ver­tir­te en esto o aque­llo. Cuan­to más vivas de acuer­do con tus posi­bi­li­da­des, con lo que es sen­si­ble en ti, más te libe­ra­rás de los pre­jui­cios de la socie­dad moder­na, que quie­re que sus miem­bros se con­vier­tan en masas con obje­ti­vos eco­nó­mi­cos. Cuan­to más te pon­gas a dis­po­si­ción de la sen­so­ria­li­dad, más te libe­ra­rás de todos los jui­cios y todas las ideas que cons­ti­tu­yen la esen­cia de esta socie­dad moder­na. Enton­ces encon­tra­rás en ti habi­li­da­des des­cui­da­das por nues­tra socie­dad. Estas capa­ci­da­des podrán expre­sar­se poco a poco. Al vivir de acuer­do con tu sen­so­ria­li­dad, en un momen­to dado podrás encon­trar tus ver­da­de­ras cua­li­da­des. En últi­ma ins­tan­cia, lo que estás hacien­do en este ins­tan­te es lo correc­to. Cuan­do pones la escu­cha de ti mis­mo, de tu meca­nis­mo, en la medi­da que ves cómo fun­cio­na, pue­des des­cu­brir tus habilidades.
Es nece­sa­rio vivir en dis­po­ni­bi­li­dad con tu entorno fisio­ló­gi­co, sen­tir tu cuer­po, no el cuer­po que te gus­ta­ría tener o el que recha­zas, sino el que está ahí en el momen­to presente.
Acués­ta­te y deja que el cuer­po te hable. En tu silen­cio, el cuer­po se expre­sa­rá. En ese momen­to, ves todo lo que ha sido blo­quea­do, todo lo que ha sido pos­pues­to por la moda, por el gus­to, por todas las pato­lo­gías de nues­tras socie­da­des. Es sólo en tu escu­cha sin refe­ren­cia cuan­do tu poten­cial pue­de ser actua­li­za­do. Si vivi­mos en la super­fi­cie de las cosas, el poten­cial per­ma­ne­ce­rá sólo como potencial.
Des­de el pun­to de vis­ta meta­fí­si­co, tene­mos toda la ener­gía del mun­do a nues­tra dis­po­si­ción, pero en un plano prác­ti­co no. Tu sin­gu­la­ri­dad tie­ne una serie de habi­li­da­des úni­cas. Tu rol es abrir­te a estas cua­li­da­des. Te das cuen­ta de tu vita­li­dad, pero no en fun­ción de la vita­li­dad que te gus­ta­ría tener. Es así como darás a tu cuer­po el ali­men­to que le con­vie­ne. Tam­bién darás a tu cuer­po las músi­cas, las lec­tu­ras, los olo­res que le con­vie­nen por­que esta­rás dis­po­ni­ble con lo que está allí. No pro­yec­ta­rás más lo que debe­rías ser, deja­rás de que­rer esto o aque­llo. En este momen­to, verás si tu poten­cial inclu­ye ser un bar­be­ro o un banquero.
No eres tú quien eli­ge tus capa­ci­da­des. Refle­jas una tota­li­dad que nece­si­ta de todas las expre­sio­nes. No hay jerar­quía a nivel de fun­cio­nes: el cria­do y el señor cum­plen el mis­mo rol, uno exis­te en fun­ción del otro. Cuan­do el cuer­po te aban­do­ne, el cria­do y el señor se refun­di­rán en el mis­mo plano. A nivel del mun­do feno­mé­ni­co, la posi­ción últi­ma es la de cria­do. Para per­mi­tir que algu­nas per­so­nas sean sir­vien­tes, otras deben desem­pe­ñar el rol de ser ser­vi­das. No hay elección.
Es úni­ca­men­te al acep­tar tus rique­zas o tus limi­ta­cio­nes, cuan­do se hace una acla­ra­ción. Pre­ten­der con­ver­tir­te en esto o en aque­llo, es lo que te retie­ne en la superficie.

Tra­duc­ción del fran­cés por Gobinde


Sin nin­gún tipo de títu­lo o cul­tu­ra, Éric Baret no tie­ne nin­gu­na com­pe­ten­cia espe­cial. Con­mo­vi­do por la tra­di­ción de la no-dua­li­dad a tra­vés de las ense­ñan­zas de Jean Klein, pro­po­ne la vuel­ta a una escu­cha libre de cual­quier noción de ganan­cia. Nada que apren­der, nada que enseñar…
Influen­cia­do por el Shi­vaís­mo de Cache­mi­ra, da char­las de advai­ta vedan­ta y espi­ri­tua­li­dad en Euro­pa y Canadá.

La pre­sen­te con­ver­sa­ción se reco­gió en el libro «Le sacre du dra­gon vert: Pour la joie de ne rien être», de la edi­to­rial Almo­ra (2007), sin tra­duc­ción al espa­ñol todavía. 

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