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Only the bra­ve. Sólo para valientes

Myriam Lebourg

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Es diver­ti­do por­que esta maña­na, vinien­do a Gobin­de, pasé como cada día delan­te de la para­da de auto­bús que luce la publi­ci­dad del per­fu­me de Die­sel, “Only the bra­ve” (sólo para valien­tes). Se ven dos chi­cos mirán­do­se con aire poco ameno, para no decir ame­na­zan­te; pare­ce que salen de la serie esta de Pri­son Break. Que tie­ne eso que ver con valen­tía, me pre­gun­té. Y me vino una son­ri­sa a los labios pen­san­do en lo dife­ren­te que sería el mun­do, si valo­rá­ra­mos real­men­te la valen­tía autén­ti­ca y no la bra­vu­co­ne­ría. El cora­je de ser vul­ne­ra­ble, la valen­tía de abrir­se y entre­gar­se como sal­tan­do al vacío. Yo con este títu­lo tal vez hubie­ra pues­to una foto, no sé, de algu­na mujer nutrien­do a su hijo –de san­gre o adop­ta­do- pro­te­gién­do­lo; algu­na enfer­me­ra dan­do apo­yo a quien está a pun­to de morir­se… algún ser tra­ba­jan­do en lo coti­diano con el cora­je divino que ni se defi­ne a sí-mis­mo como tal ni tie­ne ambi­ción de ser­lo. No hace rui­do ni es ame­na­zan­te, ni estruen­do, ni espec­ta­cu­lar. Sólo es amor en acción.

El tema es que des­pués, en la sadha­na, cuan­do lle­gó el chi­co éste que nadie sabía de don­de salía, con su ami­ga, y empe­za­mos Sat Kri­ya, me vol­vió a la men­te. Cada vez que escu­cha­ba como sufría su dia­frag­ma y su orga­nis­mo ente­ro por la vio­len­cia que metía en el ejer­ci­cio, sin escu­char a nadie, ni a los demás ni a si-mis­mo, pen­sé que segu­ra­men­te tenía tam­bién inte­rio­ri­za­do este arque­ti­po de “bra­ve”, para quien el valien­te es un gue­rre­ro lucha­dor, con armas, arma­du­ra y todo. Para él, ser valien­te, ser fuer­te, es sacar la fuer­za bru­ta, sin escu­char nada más que una voz inter­na, sur­gi­da des­de la noche de los tiem­pos, que dice: Lucha! Sé duro! Eres un hom­bre! Tú pue­des! Sin dar­se cuen­ta que con su rit­mo caó­ti­co, des­bo­ca­do, y su ener­gía desen­fre­na­da sin ton ni son, des­es­ta­bi­li­za­ba a todo el gru­po, y tam­po­co se hacía un favor por­que se esta­ba can­san­do más allá de sus posibilidades.

Antes me hubie­ra pro­vo­ca­do recha­zo, tal vez por­que yo mis­ma anda­ba enros­ca­da siem­pre en la lucha, con­tra la vida, con­tra mí-mis­ma y con­tra todo, y no podía per­do­nar a un hom­bre (ni a una mujer) este mis­mo arque­ti­po que lle­va­ba yo den­tro: todo había que ganár­se­lo a pul­so. Aho­ra con­si­go mirar­lo con más cari­ño. Es recien­te­men­te cuan­do me di cuen­ta que podía seguir medi­tan­do dejan­do que me sopor­te algo que no es este “yo hace­dor”. Podía ren­dir­me a lo que suce­día, el dolor, la ira, las emo­cio­nes; has­ta podía bajar los bra­zos y man­te­ner el mudra en el pecho si real­men­te se vol­vía tan­to supli­cio el ejer­ci­cio que no había sitio para un movi­mien­to ener­gé­ti­co armo­nio­so, y ni hable­mos de medi­ta­ción. Y enton­ces, “esto” me sos­te­nía, si me ren­día a ello. Como si el “yo” que deci­dió poner­se 31 minu­tos bra­zos en alto, des­apa­re­cie­ra al pri­mer “Sat nam”; y que ya no exis­tie­ra nadie que habla­ra y nada que dis­cu­tir… sólo ren­dir­se, y abrir­se a lo que pue­da ocu­rrir. Ufff… eso tras­la­da­do a la vida, qué locura.

Aho­ra es cuan­do me doy cuen­ta que real­men­te requie­re valen­tía ren­dir­se. Ayer lo habla­ba con mi chi­co, este des­cu­bri­mien­to para mí de que la ren­di­ción es la vic­to­ria, al menos en temas espi­ri­tua­les y psi­co­ló­gi­cos. Y eso no podía abrir­se paso en su men­te de Aries lucha­dor. Me dijo: “Estáis des­orien­ta­dos los yoguis, estáis per­dien­do el nor­te! No hay que ren­dir­se nun­ca!” Son­reí. Aho­ra, des­de don­de estoy, con cari­ño pue­do reco­no­cer que requie­re fuer­za abrir­se, ren­dir­se, dejar­se des­ar­mar por la vida: es sólo para valientes.

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