Es divertido porque esta mañana, viniendo a Gobinde, pasé como cada día delante de la parada de autobús que luce la publicidad del perfume de Diesel, “Only the brave” (sólo para valientes). Se ven dos chicos mirándose con aire poco ameno, para no decir amenazante; parece que salen de la serie esta de Prison Break. Que tiene eso que ver con valentía, me pregunté. Y me vino una sonrisa a los labios pensando en lo diferente que sería el mundo, si valoráramos realmente la valentía auténtica y no la bravuconería. El coraje de ser vulnerable, la valentía de abrirse y entregarse como saltando al vacío. Yo con este título tal vez hubiera puesto una foto, no sé, de alguna mujer nutriendo a su hijo –de sangre o adoptado- protegiéndolo; alguna enfermera dando apoyo a quien está a punto de morirse… algún ser trabajando en lo cotidiano con el coraje divino que ni se define a sí-mismo como tal ni tiene ambición de serlo. No hace ruido ni es amenazante, ni estruendo, ni espectacular. Sólo es amor en acción.
El tema es que después, en la sadhana, cuando llegó el chico éste que nadie sabía de donde salía, con su amiga, y empezamos Sat Kriya, me volvió a la mente. Cada vez que escuchaba como sufría su diafragma y su organismo entero por la violencia que metía en el ejercicio, sin escuchar a nadie, ni a los demás ni a si-mismo, pensé que seguramente tenía también interiorizado este arquetipo de “brave”, para quien el valiente es un guerrero luchador, con armas, armadura y todo. Para él, ser valiente, ser fuerte, es sacar la fuerza bruta, sin escuchar nada más que una voz interna, surgida desde la noche de los tiempos, que dice: Lucha! Sé duro! Eres un hombre! Tú puedes! Sin darse cuenta que con su ritmo caótico, desbocado, y su energía desenfrenada sin ton ni son, desestabilizaba a todo el grupo, y tampoco se hacía un favor porque se estaba cansando más allá de sus posibilidades.
Antes me hubiera provocado rechazo, tal vez porque yo misma andaba enroscada siempre en la lucha, contra la vida, contra mí-misma y contra todo, y no podía perdonar a un hombre (ni a una mujer) este mismo arquetipo que llevaba yo dentro: todo había que ganárselo a pulso. Ahora consigo mirarlo con más cariño. Es recientemente cuando me di cuenta que podía seguir meditando dejando que me soporte algo que no es este “yo hacedor”. Podía rendirme a lo que sucedía, el dolor, la ira, las emociones; hasta podía bajar los brazos y mantener el mudra en el pecho si realmente se volvía tanto suplicio el ejercicio que no había sitio para un movimiento energético armonioso, y ni hablemos de meditación. Y entonces, “esto” me sostenía, si me rendía a ello. Como si el “yo” que decidió ponerse 31 minutos brazos en alto, desapareciera al primer “Sat nam”; y que ya no existiera nadie que hablara y nada que discutir… sólo rendirse, y abrirse a lo que pueda ocurrir. Ufff… eso trasladado a la vida, qué locura.
Ahora es cuando me doy cuenta que realmente requiere valentía rendirse. Ayer lo hablaba con mi chico, este descubrimiento para mí de que la rendición es la victoria, al menos en temas espirituales y psicológicos. Y eso no podía abrirse paso en su mente de Aries luchador. Me dijo: “Estáis desorientados los yoguis, estáis perdiendo el norte! No hay que rendirse nunca!” Sonreí. Ahora, desde donde estoy, con cariño puedo reconocer que requiere fuerza abrirse, rendirse, dejarse desarmar por la vida: es sólo para valientes.