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Refle­xio­nes de una yoguini

Siri Tapa

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Algu­nas veces nos can­sa­mos de ir a sacu­di­das por la vida. Me he pre­gun­ta­do cons­tan­te­men­te cómo pue­do libe­rar­me de sus meneos, y he halla­do un lugar don­de el esfuer­zo que es vivir mere­ce ser depo­si­ta­do y hon­ra­do; es el lugar com­par­ti­do por yoguis y yoguinis.

Si la vida pro­vie­ne del silen­cio, tal vez nues­tra vida sea una ora­ción, una melo­día o tal vez un bai­le, pero man­te­ner­se en esta vibra­ción es difí­cil para una men­te atormentada.

Cuan­do he esta­do aba­ti­da, me he dado cuen­ta de lo que segu­ra­men­te es una gran ansie­dad para cual­quie­ra: la nece­si­dad de sal­var nues­tra idea de quién somos. Supon­go que por eso deci­mos que la vida nos sacu­de. Es una visión devas­ta­do­ra de nues­tro día a día, como un ring al que temer. La ver­dad es que las imá­ge­nes inter­nas que nos for­ma­mos dan paso a una per­cep­ción de la vida que mol­dea nues­tros pen­sa­mien­tos, nues­tras accio­nes, nues­tras rela­cio­nes  y, solo si deci­di­mos salir de las cuer­das y eva­po­rar su ima­gen, el ring des­apa­re­ce­rá. Así que, atan­do cabos, la úni­ca solu­ción es estar dis­pues­tos a que esa idea del yo pue­da des­nu­dar­se. Sin atre­vi­mien­to no ocu­rre nada diferente.

Una de las cosas que he apren­di­do es que no soy libre. Cues­ta reco­no­cer­lo, por­que la liber­tad es una refle­xión cons­tan­te en el mun­do yogui.  Pero es así, espe­ro que me entien­das. Toda­vía, a pesar de los años que lle­vo en esto, no me he inves­ti­ga­do lo sufi­cien­te como para dejar­me ser­lo com­ple­ta­men­te, para sol­tar todos los con­di­cio­na­mien­tos, o con­tes­tar siem­pre a la pre­gun­ta: “¿Qué es lo que quie­ro de ver­dad?” Pero aun­que ten­ga que dedi­car­le más empe­ño y cari­ño, te ase­gu­ro que lo cele­bro, por­que no me  ima­gino un camino más her­mo­so. Lo que veo en mí, lo he vis­to en otras muchas per­so­nas aman­tes de este saber mile­na­rio: Cada día me voy cono­cien­do más y mi vida es más lige­ra y ple­na. Mien­tras esto siga suce­dien­do, sabré que doy pasos cer­te­ros. Sé el gran valor que tie­ne esto, por­que sé de dón­de ven­go y que no quie­ro regre­sar a ese ini­cio del yo sufrien­te, sino a un ori­gen tan anti­guo como los mun­dos invi­si­bles. He encon­tra­do un camino a tra­vés del yoga y lo com­par­to a sabien­das de que es tan urgen­te como indis­pen­sa­ble y, a la vez, inne­ce­sa­rio. Sobre lo pri­me­ro, “urgen­te” e “indis­pen­sa­ble” por­que no hay que per­der más tiem­po para salir del sufri­mien­to, e “inne­ce­sa­rio” por­que, como bien lo expre­sa­ba Kabir: «El sen­de­ro pre­su­po­ne una dis­tan­cia. Si Él está cer­ca no se requie­re nin­gún sen­de­ro, y esto a mí me hace reír: el oír que un pez en el río tie­ne sed.»

No soy Kabir, pero algu­nas veces sí lo soy. Y ese sal­to hacia lo pro­fun­do y hacia ser com­ple­ta me lo ha dado Yoga. Por ello, has­ta que siem­pre sea­mos Kabir, os hago par­tí­ci­pes de lo inte­li­gen­te que es no recha­zar el sen­de­ro has­ta que el sen­de­ro sea inne­ce­sa­rio, y aún enton­ces, andar el círcu­lo has­ta ser el círculo.

Dis­po­ne­mos de una liber­tad rela­ti­va, deter­mi­na­da entre otras cosas por nues­tros afec­tos domi­nan­tes, esos deseos que como acor­des mue­ven la sus­tan­cia de nues­tra reali­dad. De ello nace la nece­si­dad de seguir y ser fiel a un méto­do, como fór­mu­la o sen­de­ro que nos hace des­cu­brir y cal­mar esos deseos, furias arre­ba­ta­do­ras que nos domi­nan. El Yoga des­pier­ta un amor por la pro­pia men­te, y con com­pa­sión mira­mos su capa­ci­dad de vivir ator­men­ta­da y tan suje­ta a la mate­ria como el cuer­po, crean­do el infierno, y con sen­ti­da gra­ti­tud apre­cia­mos su cre­cien­te habi­li­dad para vivir asom­bra­da y dicho­sa en lo eterno. Con el Kun­da­li­ni Yoga, que he prac­ti­ca­do duran­te unos 20 años, he vis­to mi men­te des­po­jar­se pro­gre­si­va­men­te de las osci­la­cio­nes (vrit­tis) que entor­pe­cían  mi camino hacia la armo­nía, pero como no siem­pre resi­do ahí, sigo con­ten­ta de poder vol­ver al hogar una y otra vez a tra­vés de la prác­ti­ca y el estu­dio. Pata­ñ­ja­li expre­sa­ba su adver­ten­cia: “Cuan­do los obs­tácu­los pare­cen no estar pre­sen­tes, es impor­tan­te mos­trar­se vigi­lan­te[1]. No hace fal­ta ir de pri­sa ni fin­gir estar en un lugar dis­tin­to al que esta­mos, jus­ta­men­te esta­mos dón­de más pode­mos apren­der y, por lo tan­to, dón­de más úti­les somos. De nues­tras bien com­pren­di­das bata­llas inter­nas cre­cen flo­res, abo­na­das por la caí­da de fal­sos yoes, y pro­du­cen exqui­si­tos aro­mas de paz y sabi­du­ría. Des­de esa ben­di­ta y sin­ce­ra mora­da de Yoga sí somos libres, libres para apren­der y soplar y des­va­ne­cer las ataduras.

Siem­pre come­te­mos el error de com­pa­rar los Yogas, como si sir­vie­ra para algo inten­tar expli­car de quién te ena­mo­ras o por qué te gus­tan más las man­za­nas que las peras. Sim­ple­men­te exis­ten nume­ro­sos esti­los de Yoga, Hatha, Kun­da­li­ni, Bhak­ti, etc… y lue­go exis­ten nume­ro­sas escue­las den­tro del Hatha, den­tro del Kun­da­li­ni, etc… La diver­si­dad es nece­sa­ria, todos tie­nen una uni­dad de prin­ci­pio, o, como dice la can­ción: “Todos los pra­nas sir­ven al amor.”[2] A mí lo que me pare­ce más sen­ci­llo es prac­ti­car el que nos haga sen­tir en casa. El que te esti­mu­le lo bas­tan­te como para cre­cer, pero no tan­to como para impe­dir que cai­gas en la fuen­te del amor. Aquel que te deje posar con leve­dad en su ter­nu­ra y dan­zar sal­va­je con su fuer­za. La Ener­gía Sutil se encuen­tra en todas par­tes, adop­ta todas las for­mas y se adap­ta a todas las com­pren­sio­nes para que pue­das hallar­la. Es nues­tro mirar cega­do el que por la bue­na for­tu­na de enten­der un len­gua­je, de sen­tir­se atraí­do por un méto­do o gurú, etc… cae en el mila­gro de ser tes­ti­go de la fuer­za divi­na y bella de esta vida misteriosa.

Para que tu prác­ti­ca te sea bue­na y útil, rea­lí­za­la con hones­ti­dad y desin­te­rés hacia tu apa­ren­te pri­mer obje­ti­vo, que se pue­da con­ver­tir el obje­ti­vo en camino y el camino se des­ha­ga por gozar­lo con­ti­nua­men­te. La joya del Yoga es acce­si­ble para cual­quie­ra, el cono­ci­mien­to inte­rior trans­for­ma nues­tros afec­tos domi­nan­tes, nues­tra vida. No se tra­ta de ir de san­tos, ni ves­ti­dos dife­ren­tes, ni de adqui­rir nue­vas obli­ga­cio­nes con las que cul­par­nos, se tra­ta de sen­tir un amor cuya expre­sión más sim­ple sea la feli­ci­dad, y la más subli­me sea el ges­to de una vida, tú músi­ca inte­rior miran­do a los ojos, hilan­do fino las rela­cio­nes y los quehaceres.

Siri Tapa
Direc­to­ra de la For­ma­ción de Kun­da­li­ni Yoga Prem y de la escue­la de vida yógui­ca GOBIN­DE YOGA


Notas:

[1] Capí­tu­lo II.10 Tra­du­ci­do por T.K.V. Desika­char en sus Yoga-Sutra de Patanjali.
[2] «Dios y yo» de Manu Om, en su dis­co Kun­da­li­ni Bhak­ti de 2018

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