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Karu­na y la fór­mu­la yóguica

Tere­sa Tomás

KARU­NA Y LA FÓR­MU­LA YÓGUICA
Tere­sa Tomás


Este rela­to es la con­ti­nua­ción de: «UNA FÓR­MU­LA QUE DA PARA MUCHAS VIDAS»

La incer­ti­dum­bre de Karu­na no le hizo cejar en su empe­ño, y pro­si­guió su bús­que­da, con la con­fian­za de que, a su debi­do momen­to, de aquel des­con­cier­to que atra­ve­sa­ba sal­dría alum­bra­do un aprendizaje.

«Cuan­do el alumno está pre­pa­ra­do, apa­re­ce el maes­tro», reza el pro­ver­bio zen. La ense­ñan­za apa­re­ce para el alumno cuan­do éste se halla en con­di­ción de asi­mi­lar­la. No hay ata­jos en el sen­de­ro del auto-cono­ci­mien­to, sus rit­mos son inex­pug­na­bles, y nada habi­li­ta al cami­nan­te a sor­tear un peque­ño tra­mo del proceso.

Humil­de, ama­ble, lumi­no­so, apa­re­ció el maes­tro, con su ejem­plo sen­ci­llo y amo­ro­so; y con pro­pues­tas de lec­tu­ra de los tex­tos clá­si­cos e invi­ta­cio­nes a la refle­xión, hizo las ense­ñan­zas com­pren­si­bles para Karu­na, acom­pa­ñán­do­le has­ta dilu­ci­dar él mis­mo el rum­bo que debía adop­tar su práctica.

El maes­tro expu­so los obs­tácu­los enu­me­ra­dos por Pata­ñ­ja­li en el sutra I.30, e invi­tó a sus alum­nos a refle­xio­nar sobre los mis­mos. Karu­na iden­ti­fi­có bhrānti darsha­na, la visión erró­nea, como uno de los prin­ci­pa­les obs­tácu­los con los que esta­ba tro­pe­zan­do. Con­fun­dir algu­nos pro­gre­sos o expe­rien­cias con una espe­cie de cul­mi­na­ción o samādhi es con­se­cuen­cia de la arro­gan­cia espi­ri­tual, y cuan­do ésta emer­ge hemos de reco­no­cer­la sin más doble­ces, como una debi­li­dad con­sus­tan­cial a nues­tra con­di­ción huma­na, y apli­car cuan­to antes el antí­do­to de la humildad.

El maes­tro pre­sen­tó otro con­cep­to que a Karu­na le había pasa­do inad­ver­ti­do, los kleshā o impu­re­zas de la men­te, expues­tos en el sutra 2.3 de Pata­ñ­ja­li, y dio unos días a sus alum­nos para que los toma­ran en con­si­de­ra­ción, tras los cua­les Karu­na dedu­jo que, abso­lu­ta­men­te de todos ellos, esta­ba su men­te aque­ja­da; rāga, el deseo y la expec­ta­ti­va, cam­pa­ba a sus anchas. En un ejer­ci­cio sin­ce­ro de auto-obser­va­ción, reco­no­ció el ace­cho del deseo de libe­ra­ción y que los ape­gos que había desa­rro­lla­do eran múl­ti­ples: ape­go a las expe­rien­cias extra­or­di­na­rias, a sus avan­ces en la prác­ti­ca de āsana, a las teo­rías y al cono­ci­mien­to inte­lec­tual; todas ellas meras herra­mien­tas, pero a las que Karu­na se había ape­ga­do y, del mis­mo modo en el que Buda narra en su pará­bo­la de la bal­sa, por­ta­ba cual pesa­da car­ga sobre su espalda.

Dvesha, otro de los kleshā, que es la aver­sión hacia las expe­rien­cias dolo­ro­sas, le hizo recor­dar a Karu­na las pala­bras del sabio Rami­ro: «¡Cuán­to sufri­mos por no que­rer sufrir!», y es que el obje­ti­vo de la prác­ti­ca no es com­ba­tir total­men­te el sufri­mien­to, que en cier­to gra­do es inhe­ren­te a nues­tra vul­ne­ra­bi­li­dad huma­na, inevi­ta­ble y esca­pa abso­lu­ta­men­te de nues­tro con­trol, sino paliar ese otro sufri­mien­to que es con­se­cuen­cia de la igno­ran­cia y olvi­do de nues­tra ver­da­de­ra naturaleza. 

Dada la indu­da­ble pre­sen­cia de kleshā, Pata­ñ­ja­li se mos­tra­ba cla­ro en el camino a seguir, dejan­do a un lado, al menos de momen­to, el pri­mer capí­tu­lo o samādhi-pāda, y abrien­do su capí­tu­lo II, sādhana-pāda, con el kriyā-yoga o Yoga de la acción puri­fi­ca­to­ria, como vía más indi­ca­da para ese común de los mor­ta­les no dota­dos de una men­te con­tem­pla­ti­va, entre los que por supues­to se encon­tra­ba Karu­na, y que nece­si­ta­ban de sus tres com­po­nen­tes —tapas, svādhyāya e īshvarapranidhāna— para ate­nuar dichas aflic­cio­nes o impurezas.

Tras las lec­tu­ras y reve­la­do­ras expo­si­cio­nes de su gene­ro­so maes­tro, īshvarapranidhāna se mani­fes­tó con pro­fun­da sig­ni­fi­ca­ción. La caren­cia de esta acti­tud había lle­na­do últi­ma­men­te de tri­bu­la­cio­nes el camino de Karu­na, quien,
con­mo­vi­do por su comprensión,
de puro gozo se rendía,
y col­ma­do de gratitud,
ento­nó esta oración:

 

Uno las manos en el cen­tro del pecho,
inclino ante ti mi cabeza,
exha­lo, de con­quis­ta o logro, toda ilusión.
Mi sādhana con­vier­to en ofrenda.

La com­ple­ji­dad desaparece.
A tus pies,
sólo paz, liviandad.
El yo se desvanece.

Agra­dez­co. Todo acepto.
¿Quién soy yo para enjuiciar?
Cada cosa su razón de acon­te­cer tiene,
aun­que no la alcan­ce a vislumbrar.

¡Oh, Supre­ma Sabiduría!
Con­viér­te­te en destello,
¡Sé rayo!
Y la nube de mi ignorancia
atra­vie­sa de tan­to en tanto.

 


Valen­cia, Enero de 2019
*  pue­des pasar el cur­sor por enci­ma de los sūtra para ver su contenido.

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